Por: Victoria Falcón AguilaFoto: Verónica Isabel Enríquez Falcón
No
cabe duda que Septiembre y Noviembre son los meses donde están más latentes las
tradiciones en los mexicanos. Septiembre mes de la Patria y noviembre, mes de los
que han partido al Mictlán (Miktlan en náhuatl: ‘Lugar de los muertos’‘, mikki,
muerto - tlan, lugar de’).
Los
mexicanos amamos la vida y le rendimos culto a la muerte pues, sabemos que
solo el cuerpo se corrompe y el alma es inmortal, por eso los que han partido,
no lo han hecho del todo ellos siempre están presentes en la memoria colectiva
de las familias, de las comunidades; han fallecido sí, pero logran evadir la muerte
cada que los recordamos manteniendo así, vivo su recuerdo de generación en
generación.
1
y 2 de noviembre, fiesta del reencuentro con los fallecidos; unión familiar,
sentarse junto al altar para esperar su llegada.
Y
es que, recibirlos es todo un ritual: para indicarles el camino de regreso se
deben colocar flores amarillas de cempasúchitl e iluminarlo con veladoras, el humo
de copal lo aromatiza. Ellos sabrán que los esperamos, luego en el altar la
cruz de sal y de ceniza, el misticismo; el alma se une con Dios, la sal lo purifica y la ceniza,
sirve para expiar sus culpas pendientes.
Los
cráneos simbolizan la semilla de la vida, recuerdan cuando Quetzalcóatl, bajo al inframundo
para depositar su semen sobre huesos molidos y dar vida al ser humano.
El
pan y el agua, luego su comida favorita sin faltar su retrato para que el alma tome
forma. Los colores del papel picado, una catrina de Posada plasmada… Solo un
mexicano puede explicar que es el día de muertos. Sincretismo religioso, tradición
viva, fiesta nacionalizada.
Dípticos del
Regreso
Canta
el pueblo en esta noche santa,
aromatizada
con el olor que me levanta.
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Las moradas son hoy blancas
rebozan de risas francas.
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Mezcla de fiesta y devoción
ante la muerte hay negación.
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Encuentro de lo bendito y pagano
en una comunión con
postulación.
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No en la trascendencia del morir
sino en el gozo del comer y buen vivir.
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La carne regresa a los huesos,
a la pelona le arranco los besos.
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Sólo por hoy no seré ánima
el incienso regresa mi alma.
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La flor amarilla adorna mi pisada
las campanas anuncian mi llegada.
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el camino me iluminan con candelas.
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Una elegante y alegre Catrina
me recibe con un trago de tequila.
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Azúcar y chocolate endulzan la vida.
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En la frente mi nombre
el que llevase siendo hombre.
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Este es el verdadero “Tlallocan”
donde los mariachis siempre tocan.
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No preguntes si las campanas doblan por mí,
tal vez ellas…, tocan por ti.
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¿Por qué vivir sufriendo a la muerte
si, regresar siempre será nuestra suerte?
Autor: Victoria
Falcón
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