Nacemos y crecemos en una familia que no
pedimos, pero a la que llegamos rodeados de amor y expectativas de nuestros
padres por hacernos grandes seres humanos y profesionales.
No hay mayor dicha para los padres que hablar
de sus hijos. Siempre nos tienen presentes y a su manera nos amarán y formarán.
Por el lado de los hijos, no hay superhéroes
más grandes ni generosos que sus padres.
Entre más temprana sea la edad de los hijos,
los elogios respecto a las habilidades y cualidades de padres e hijos son los
máximos y tristemente, a medida que se crece, éstos van ajustándose a una
realidad que es producto de las acciones y hechos mostrados.
¡No hay mayor
fortaleza para una persona que vivir a plenitud el amor en la familia!
TODO CAMBIA.
Conforme crecemos, cada uno va teniendo sus
propios intereses que distan mucho de ser comunes en la familia. Las
diferencias de opiniones crecen, las acciones conflictúan y los temperamentos
chocan. La armonía de cuando éramos pequeños, en mayor o menor medida, se
desvanece y el equilibrio de poderes se muestra.
Usualmente, en la medida que se vaya teniendo
mayor libertad económica, se mostrará la posibilidad de tener una mayor autonomía
en la toma de decisiones.
Conforme se va creciendo y se maximiza el
conocimiento con la educación y se aprovechan las oportunidades, en especial, la
de generar riqueza; habrá opciones a futuro.
Si bien no es lo
más importante, la libertad económica siempre nos dará una mayor oportunidad
para escoger nuestro destino.
En casa
nuestros padres establecen las reglas básicas de convivencia que a su consideración son las más adecuadas para
nuestra formación y tratamos de acatarlas, ya sea por convicción o por
necesidad. A medida que nos vamos desarrollando, empezamos a cuestionar no sólo
la autoridad de nuestros padres, sino también los conocimientos y las
decisiones. Las confrontaciones que eran inimaginables en una etapa temprana,
se vuelven el pan de cada día conforme crecemos.
El matiz de color rosa de nuestra niñez pasa
a convertirse tenuemente al rojo y llegará a ser tan encendido, como la madurez
en la familia lo permita.
Si bien crecer
como tal no implica dolor, si lo constituye el hecho de la confrontación que se
presente al actuar en nuestro núcleo familiar. El amor que se muestre al conciliar
evitará el rencor por las acciones tomadas.
NI AMIGOS, NI ENEMIGOS: ¡FAMILIA!
El amor
que nos dieron al nacer y con el cual crecimos, no muere; únicamente se transforma en función de la madurez como
aceptemos todos y cada uno los cambios en cada uno de los miembros de la
familia. La diferencia de opiniones,
caracteres, intereses o posiciones no nos convierte en rivales acérrimos; por
el contrario, la identidad de éstos, tampoco nos hace aliados permanentes.
En la medida que respetemos a quienes
integramos a la familia por quienes son y su aportación a nuestro núcleo, sin
duda habrá una mayor armonía en la interrelación.
La consideración que tengamos por cada elemento familiar contribuirá siempre a un mejor entendimiento.
El hecho
de estar tanto tiempo juntos y vivir, tantas situaciones nos hace tener un conocimiento mayor de cada elemento familiar.
A mayor cercanía e interacción, sin duda será más cierto su entendimiento no
obstante, siempre habrá características de su personalidad que sean
desconocidas, en función a que tendrá facetas que no compartamos con ellos.
En virtud de ello y de sus características
propias, habrá más de una ocasión en que nos sorprenda su actuar o decidir. Y
el hecho de diferir con esto, no nos convierte en antagonistas; únicamente en
personas con distintos intereses.
Tomar como punto
de partida una conducta distinta a la buena fe de cualquier elemento de nuestra
familia, sólo por no ser coincidente con nuestros fines puede llegar a
violentar el diálogo idóneo que siempre buscaron nuestros padres.
Es tan
común prejuzgar con expresiones tales como: “me hizo”, “ya sabía”, “siempre tú”; que de repente, nos cerramos a cualquier
posible diálogo aclaratorio por las acciones tomadas y tristemente, se siembran
barreras que pueden cosechar grandes distancias.
El valor de las palabras se minimiza con la
cólera por las consecuencias reales y ficticias que asumimos que se provocan y
con ello, la ruptura de los puentes para charlar y conciliar.
No hay peor guerra que la que se vive en casa,
ni mayor consecuencia que la que produce su distanciamiento hasta su posible
extinción.
Cuando haya
diferencias con alguien en tu familia, se humilde y busca el diálogo atendiendo
al reconocimiento de quien es el implicado. A partir de ahí, estarás más
próximo a un resultado positivo. ¡En la distancia, no hay unión!
¡PÓNTE EN MIS ZAPATOS!
Usualmente buscamos tomar decisiones
atendiendo exclusivamente a nuestro punto de vista y nos encerramos en nuestras
razones y sentimientos no obstante, se nos olvida que somos familia y que en
mayor o menor medida, partimos de valores y formaciones similares…, ¿por qué no
también atender a éstas?
En la escuela aprendemos que todos somos
únicos e irrepetibles y las circunstancias nos hacen reaccionar distinto; en
virtud de ello porque no partimos del principio básico del amor familiar y como
consecuencia, buscamos atender y entender la problemática de cada uno
considerando su conocimiento, carácter, metas y necesidades.
Si sabemos que
para que haya un problema, se requieren mínimo dos partes, no decidamos ser una
de ellas hasta que realmente conozcamos la situación. ¡Mejor ser parte de la solución que del
problema!
EL RENCOR NUNCA NOS HARÁ LIBRES.
Cuando dejamos de considerar a alguien
familia y lo vemos como extraño, normalmente nunca nos percatamos lo que
perdemos y peor aún, siempre llevaremos un duelo que a la larga se convierte en
parte de nosotros.
Cuando haces todo por dialogar y no se logra
el resultado adecuado, quizás no obtengas la armonía de mantener una relación,
pero si la paz que te da el haber tendido los puentes que así consideraste
adecuados.
Mantener el rencor por una conducta
inadecuada, una acción incómoda o una relación rota, no te hace tener una mejor
vida.
No hay mayor
riqueza para el alma que mantener a tu familia unida, ¡a pesar de todas y cada
una de sus diferencias y defectos!
“… Y SI YO…”.
Conforme transcurre la vida y conozco a más
personas, siempre hay en ellas recuerdos familiares y los que más tristeza
causan son con los familiares que han partido y con los cuales tuvieron
diferencias “irreconciliables”. Desafortunadamente, cuando platican su
problemática con calma y la analizan fríamente, se dan cuenta de que no siempre
ésta era definitiva y era posible una conciliación; a lo que siempre expresan: “y
si yo hubiera”, “es que de haberlo
sabido”, “pude haber hecho algo más”.
Sin embargo, esto ya no es posible.
Sabemos que ninguno de nosotros tiene la vida
comprada o sabe con certeza lo que vendrá en los momentos siguientes, pero lo
que sí sabemos es que cada uno tiene la posibilidad de ofrecer su mano para
estrechar la de otro; no esperemos a que nuestras manos se encuentren para
pedir por el alma de alguien a quien pudimos cambiar en vida con nuestra
actitud.
La Vida es hoy,
ahora, ¡no esperes a que alguien se vaya de ti para mostrar tu amor!
NI ADELANTE NI ATRÁS… ¡A TU
LADO!
Si son
tantas las coincidencias con todos y cada uno de los miembros de tu familia, ¿por qué hacemos que destaquen las
diferencias para confrontarnos y alejarnos?
¿Qué mayor satisfacción pueden tener los
padres que ver que sus hijos viven en paz y armonía?
Si crecemos a lado
de nuestros hermanos, no hay lugar a diferencias o supremacías. ¡Somos iguales
en esencia! ¡Hagamos de las coincidencias nuestra fortaleza!
Si son tantas las coincidencias con todos y
cada uno de los miembros de nuestra familia, con el tiempo nos daremos cuenta de
que son los resultados de las oportunidades aprovechadas lo que nos hace distintos…
¡Seamos solidarios con ellos y aceptemos también con humildad lo que nos
ofrezcan.
¡Honrar los vínculos
de sangre con amor, siempre dará motivos para vivir en plenitud!
“¡COMO ME VES, TE VERÁS!
Es regla de vida que nuestros padres siempre
estén con nosotros, en presencia o en esencia, desde que nacemos y hasta que
tenemos la posibilidad de hacer nuestro camino. ¿Por qué no estar con ellos
cada vez más conforme se acerquen al umbral de su destino?, ¿y qué mejor que
hacerlo procurando su paz y alegría?
Si cuando fuimos pequeños e indefensos nos
trataron con amor y no nos vieron como una carga, ¿por qué deberíamos tratarlos
de forma distinta?
Lo que damos:
¡recibimos! ¡Sembremos amor a nuestros padres y cosechemos el amor de nuestros
hijos! ¡Siempre en vida!
Después de todo: ¡Ellos siempre estarán con nosotros!
Ahora bien, ¿y tú qué tantas diferencias tienes en tu familia?, ¿eres feliz en
coincidencia o reservado en la discrepancia?
Si eres feliz… ¡Excelente!; sin duda eres
generador de alegría para tu entorno. Si no lo eres, analiza la razón y
atrévete a tomar decisiones. ¡Quizá sea
un buen momento para tender puentes y ver que es más la voluntad de unir y
estar cerca que de vivir en la distancia!
¡Hazlo por
amor! ¿Te late?… ¿Estrecharás tu mano?
Posdata: Seamos
buenas personas y recordemos parte del mensaje de Voltaire: “¡Sólo entre gente
de bien puede existir la amistad. Únicamente
la gente buena, tiene amigos”!
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