La
semana pasada comentábamos varios amigos acerca del proceso cultural, la
memoria histórica, la vida. Ese viaje que es el vivir, la secuencia en una
barca con dirección indefinida, el viaje a un punto en la inmensidad del
océano.
Cada uno de nosotros contaba con datos.
Todos partían del mismo punto, pero, eran tan diferentes, tan aparentemente
opuestos. La apariencia nacía, en un principio, de la forma de adquirirlos,
pero, lo más pesado provenía de los antecedentes personales.
Todo partió de recordar las propuestas
musicales de Rita Guerrero. De ese sello característico en sus presentaciones.
Del cómo, por qué del nombre del grupo. Cada uno tenía datos, ya lo dije, pero,
sobre todo, ganas de escucharse.
La charla corrió. Amena, amigable, con
datos, precisiones, afirmando, permitiendo algunas ideas al aire. Nadie negó lo
otro. Ni quiso imponerse. Una charla real, de amigos. Como en pocas ocasiones.
Quizá sea lo más difícil. Pero esta vez se dio.
Afirmamos el hecho ineludible del cómo y por
qué somos más hijos de la época que de un terruño. El cómo estamos vinculados a
símbolos, a expresiones, a un lenguaje con el cual, no nacimos, lo fuimos
adquiriendo a través del tiempo.
Aquí nos detuvimos ¿Cómo, dónde, por qué
manejamos esos símbolos? ¿Hasta dónde nos significan? Y en su decodificación
¿Qué tan profundo el significado? El panorama creció, entendimos varios puntos,
nos cuestionamos.
Somos hijos de nuestro tiempo, de nuestra
circunstancia. Acorde a eso nos adentramos a pretender partir de un
significado, el cual, en apariencia es universal y estático. Apariencia, la
cual cambia, se trasforma acorde a la vivencia, a la socialización. Los
significados, por lo tanto, conllevan un proceso dialéctico.
Conflicto aparte ¿En dónde está esa
necesidad de tener la razón? ¿A qué le llamamos razón? Los procesos
individuales como impedimento de comprensión. Afirmarse como patrón de conducta
ante una sociedad ausente.
Lo iniciado como una anécdota se trasformó
en una reflexión mayor. Cuando comentamos de la obra de alguien (aún la propia)
partimos de la obra, nos olvidamos de su proveniencia. Y es que resulta
complicado, como cuando tenemos un amigo y nos olvidamos de su ADN.
Un individualismo ideológico nos lleva a
negar de entrada nuestros orígenes. Partimos de la creencia de que antes de
nosotros, nada. La generación espontánea. Somos la verdad absoluta, el origen
del pensamiento.
Las redes sociales afirman a cada momento
esta postura individualista, la escuela tiene su parte, la familia, digamos, el
núcleo familiar y la religión que lo sostiene también. De aquí una confirmación
de la ausencia de lo social. Todo ideológico.
La memoria histórica ausente. Somos en la
medida de nuestro hacer (jamás de quien nos enseñó a hacer) Al final, nos costó
esfuerzo llegar al final del periodo escolar. Tenemos una nota porque nos la
ganamos. Somos los individuos triunfantes: We are the Champions.
Difícilmente la aceptación social. En esa
carrera de lo individual deseamos lo no alcanzado. Somos merecedores de todo
(¿nos preguntamos qué es ese todo?) porque somos hijos de papá, del patrón; las
guerras han iniciado por esto, como quien quiere la herencia. Los criollos
lucharon por tener los privilegios de los peninsulares.
Si, qué difícil, la socialización ausente.
La simpatía con quien nos enseñó el camino se vuelve complicado ¿Cuántos
grandes mentores son aceptados? ¿Cuántos se niegan casi por oficio antes que
afirmar de donde tenemos esos conocimientos?
La vida es un largo viaje con muchas
estaciones, tantas como algunas, las cuales pasamos desapercibidas, olvidamos
si había quien las cuidara, el color que las viste, las grafías existentes y,
dejamos pasar una parte importante para nuestra vida, la dejamos como una línea
más lejana a la apreciación de ese todo que es el mundo por dónde nuestro
proceso está en un dibujo con muchas líneas, muchos mundos con sus grandes
manchas, grandes océanos con universos por conocer en la profundidad de las
esferas cantarinas con himnos de apertura a la inmensidad del universo y nos
conformamos con decir soy el universo sin mayor don que lo alcanzado a ver por
la ventana.
La
semana pasada comentamos entre amigos. Cuanto universo existe fuera. Cuanto
mundo desconocemos. Ya en la ausencia, cuando todos nos cobijamos en la
esperanza, contamos las palabras, los significados ¡Cuánta riqueza encontramos!
¡Cuánto crecimos!
Subrayé tu frase: somos más hijos de la época que de un terruño.Muy buen texto.
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