jueves, 18 de febrero de 2021

Somos más hijos de la época

Por: José Ruíz Mercado

La semana pasada comentábamos varios amigos acerca del proceso cultural, la memoria histórica, la vida. Ese viaje que es el vivir, la secuencia en una barca con dirección indefinida, el viaje a un punto en la inmensidad del océano.

   Cada uno de nosotros contaba con datos. Todos partían del mismo punto, pero, eran tan diferentes, tan aparentemente opuestos. La apariencia nacía, en un principio, de la forma de adquirirlos, pero, lo más pesado provenía de los antecedentes personales.

   Todo partió de recordar las propuestas musicales de Rita Guerrero. De ese sello característico en sus presentaciones. Del cómo, por qué del nombre del grupo. Cada uno tenía datos, ya lo dije, pero, sobre todo, ganas de escucharse.

   La charla corrió. Amena, amigable, con datos, precisiones, afirmando, permitiendo algunas ideas al aire. Nadie negó lo otro. Ni quiso imponerse. Una charla real, de amigos. Como en pocas ocasiones.

   Quizá sea lo más difícil. Pero esta vez se dio.

   Afirmamos el hecho ineludible del cómo y por qué somos más hijos de la época que de un terruño. El cómo estamos vinculados a símbolos, a expresiones, a un lenguaje con el cual, no nacimos, lo fuimos adquiriendo a través del tiempo.

   Aquí nos detuvimos ¿Cómo, dónde, por qué manejamos esos símbolos? ¿Hasta dónde nos significan? Y en su decodificación ¿Qué tan profundo el significado? El panorama creció, entendimos varios puntos, nos cuestionamos.

   Somos hijos de nuestro tiempo, de nuestra circunstancia. Acorde a eso nos adentramos a pretender partir de un significado, el cual, en apariencia es universal y estático. Apariencia, la cual cambia, se trasforma acorde a la vivencia, a la socialización. Los significados, por lo tanto, conllevan un proceso dialéctico.

   Conflicto aparte ¿En dónde está esa necesidad de tener la razón? ¿A qué le llamamos razón? Los procesos individuales como impedimento de comprensión. Afirmarse como patrón de conducta ante una sociedad ausente.

   Lo iniciado como una anécdota se trasformó en una reflexión mayor. Cuando comentamos de la obra de alguien (aún la propia) partimos de la obra, nos olvidamos de su proveniencia. Y es que resulta complicado, como cuando tenemos un amigo y nos olvidamos de su ADN.

   Un individualismo ideológico nos lleva a negar de entrada nuestros orígenes. Partimos de la creencia de que antes de nosotros, nada. La generación espontánea. Somos la verdad absoluta, el origen del pensamiento.

   Las redes sociales afirman a cada momento esta postura individualista, la escuela tiene su parte, la familia, digamos, el núcleo familiar y la religión que lo sostiene también. De aquí una confirmación de la ausencia de lo social. Todo ideológico.

   La memoria histórica ausente. Somos en la medida de nuestro hacer (jamás de quien nos enseñó a hacer) Al final, nos costó esfuerzo llegar al final del periodo escolar. Tenemos una nota porque nos la ganamos. Somos los individuos triunfantes: We are the Champions.

   Difícilmente la aceptación social. En esa carrera de lo individual deseamos lo no alcanzado. Somos merecedores de todo (¿nos preguntamos qué es ese todo?) porque somos hijos de papá, del patrón; las guerras han iniciado por esto, como quien quiere la herencia. Los criollos lucharon por tener los privilegios de los peninsulares.

   Si, qué difícil, la socialización ausente. La simpatía con quien nos enseñó el camino se vuelve complicado ¿Cuántos grandes mentores son aceptados? ¿Cuántos se niegan casi por oficio antes que afirmar de donde tenemos esos conocimientos?

   La vida es un largo viaje con muchas estaciones, tantas como algunas, las cuales pasamos desapercibidas, olvidamos si había quien las cuidara, el color que las viste, las grafías existentes y, dejamos pasar una parte importante para nuestra vida, la dejamos como una línea más lejana a la apreciación de ese todo que es el mundo por dónde nuestro proceso está en un dibujo con muchas líneas, muchos mundos con sus grandes manchas, grandes océanos con universos por conocer en la profundidad de las esferas cantarinas con himnos de apertura a la inmensidad del universo y nos conformamos con decir soy el universo sin mayor don que lo alcanzado a ver por la ventana.

   La semana pasada comentamos entre amigos. Cuanto universo existe fuera. Cuanto mundo desconocemos. Ya en la ausencia, cuando todos nos cobijamos en la esperanza, contamos las palabras, los significados ¡Cuánta riqueza encontramos! ¡Cuánto crecimos!

    


1 comentario:

  1. Subrayé tu frase: somos más hijos de la época que de un terruño.Muy buen texto.

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