Abandonada en el tablado, la
guitarra andaluza.
Ebrios, el uno en la otra apoyado, tropezando por el
empedrado mojado con la lluvia de verano.
Agrietaban el silencio de la
noche entre risotadas y maldiciones proferidas a voz en cuello.
“Me la llevé al río creyendo que
era mozuela”, entre eructos el Manuel le
declamaba a la Carmela.
De juerga andaban, importándoles
un rábano el alboroto y el sueño interrumpido a las buenas almas del poblado -que con todo y buenas-, a su madre les recordaban, al paso por sus ventanas y
puertas.
Mas, tal escándalo justificado estaba, pues ambos “celebraban”, que con un palmo de narices, los haya dejado aquél que tanto amaban. El hermoso bailaor que ese día con la criolla acaudalada, se había fugado,, cuando antes, al Manuel y a la Carmela -a cada uno por separado –, “Amor Eterno” les habían jurado.
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