Por: José Ruíz Mercado
Dramaturgo
Cortázar
fue para muchos de nosotros modelo para armar. Recordando uno de sus múltiples títulos,
pero, sobre todo fue Rayuela la obra con la cual esos “nosotros” recorrimos los
senderos de la literatura, del jazz, de la despreocupación de La Maga.
Nos fuimos rondando las calles entre los
estilos del cine francés y el italiano, sus tomas cualitativas, sus conflictos
existenciales, sus escaleras desvencijadas, esas tomas desde arriba, redondas,
de diálogos cortos, los interiores; las calles con similitudes de palacio
forzado a ser núcleo familiar para muchos y más, o para un individuo aislado.
Fuimos ese “nosotros” un individuo
colectivizado. Palabra extraña, nada común para antes, para después, porque
Cortázar nos enseñó a ver, a escuchar, a promover un ritmo, la síncopa, el
desparpajo de la Maga en esa magia de estructura. La obra inicia ahí donde tú,
nosotros, abramos el libro para iniciar a entrar a ese palacio con función de
núcleo habitacional.
Fuimos (Somos) ese “nosotros” engolosinados con el epilogo de Los Premios, ese atribuido a Dostoievski (habrá ocasiones cuando buscamos de dónde sacó el autor semejante frase, o si sencillamente la inventó para hacernos más sencilla la lectura. Y seguimos la secuencia de los personajes de Los Premios y Rayuela.
Acercamiento a la distancia. Como quien sube
a una Locomotora, no a un tren. Es como La Maga, la imprevista, la magia de
leer para entrar a mundos inimaginados. O decir estoy con doscientas cuarenta palabras
en el momento mismo de llegar a esa cantidad ¿Sirve de algo saberlo? De seguro
para usted, amigo lector, no, pero para quien escribe es más probable como el
epilogo de Dostoievski para el escritor.
Con Rayuela nos enseñamos, aprendimos a leer
desde ahí donde se abre un libro. Y en esta locomotora nos subimos por la parte
de atrás (¿Y cómo se sube a una locomotora si no es por la parte trasera? Ya me
imagino subirse por donde echa humo, por donde canta, por donde dice: ahí voy)
aprendimos a ejercer nuestra libertad de lectura.
Me subo desde la sesenta y ocho. Voyerista
desde la escalera de película francesa. Toma perfecta para repetir con
serenidad una escena repetida desde diferentes ángulos: Santa Bárbara presente;
la luna sin verse (Todo está en silencio y nadie escucha a la / luna entrar por
la ventana).
Me acerco. Hasta donde es posible. Me acerco
al 2019.Aquí, en concreto. La editorial Norte Sur, emblemática, con su
colección tan especial, tan un cuarto de carta. En dónde esta Biografía de una
Locomotora se presenta número seis de la colección, con casi cien páginas.
Su
contenido repartido en siete estaciones (con un epígrafe mira a la distancia el
acercamiento: Al final del túnel alcanzo a ver una luz; el tren, viene en
contra) Ya de entrada, en la primera estación nos llama la incertidumbre “Tengo
un boleto, a no sé dónde…” Y así, como en las estaciones de antaño, alguien
dice: Vaaaaaamonos.
Jorge
Manuel Herrera es el autor. Según comenta la solapa es poeta, narrador y editor
toluqueño con una buena cantidad de obra publicada. En este libro se convierte
en el mago feliz de ese mundo de rieles y acero construido a fuerza de montaña.
La segunda estación (Caja de Agua) nos
ofrece una imagen nítida, risueña, imagen que nos lleva a esa maravilla de las
vías ¡Ahí viene el ferrocarril! Cielo abajo. Nos vamos con la grandeza de esa
oruga de hierro, con sus cientos de patas, sus zapatos de múltiples colores. Y
es que, la Biografía…nos lleva a los tonos de la acuarela multiplicada por
cientos entre montañas, entre volcanes, entre música, la acústica en un redoble
como una sinfonía de Beethoven, de entrada, recia, tronante, para luego entrar
en una serenidad visual y pintoresca.
Entro a las primeras páginas del libro,
Pórtico, si, no Prólogo, Pórtico, nos detiene en el umbral, en el acercamiento
a la distancia, en el caminar por la obra de Jorge Manuel Herrera, en la visión
de José Falconi: “Se me figura que el tren que corre en este libro se fugó del
de Dámaso Alonso, Hijos de la Ira, concretamente del poema intitulado Mujer
que alcanza, donde una anciana viaja interminablemente en un tren muy largo
y muy horrible que siempre para en estaciones diferentes” Me pregunto ¿Esta
anciana será Santa Bárbara, la de Herrera?
Busco las palabras más cercanas a lo
poético. Hablo de un libro de poesía. Quiero acercarme a ese ritmo especial, no
sé si lo he logrado. Lo único que sé es que llevo escritas setecientos sesenta
y tres palabras hasta este momento.
Luego, hago memoria, cercana, aún más que
esa biografía. José Falconi publicó en junio del 2021 Aguamuerte y Sonidos
Nucleares, en la colección Cuadernos de la Comuna, el número 124 de la serie
poesía. También en Toluca.
Desconozco
si Jorge Manuel Herrera y José Falconi formen parte de ese “Nosotros” Lo
desconozco. Sin embargo, ya nos hicieron parte de un viaje fantástico, como el
de La Maga. Lo desconozco, que tanto es ese acercamiento a la distancia.
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