Las cinco palabras
Autor: Victoria Falcón Aguila
Escuchó el tren llegando a la estación y a los hombres ordenando que fuera a la puerta.
Era
ya de noche…, los pasos de los tres retumbaban
entre los vagones por el silencio que reinaba en el andén; estaba nerviosa y
más cuando sintió en su oído el susurro de uno de los hombres que la
custodiaban:
--Hasta
aquí llegamos nosotros, afuera te recogerán. No pienses en escapar.
La
espalda se le erizó de miedo. No sabía qué o quiénes la esperaban.
Salió
de la estación sola, pensando en alejarse de esos tipos corriendo, pero antes
de que lo pudiera hacer, una motocicleta le cortó el paso. Una mujer venía
montada en ella, no pudo ver su rostro pues su casco traía visera ahumada.
--¡Súbete!,
¡rápido!
--No
sé quién eres.
--Déjate
de tonterías Firewall, ¡súbete!
--¿Quién
eres?
--No
preguntes quién soy, sino a dónde te llevo.
--Dime
a dónde iremos y tal vez, me suba a la moto.
--Te
llevaré con tu padre.
Apenas
pudo escuchar eso, pues una rampa muscular le hizo perder el control cayendo de
inmediato al suelo.
Despertó
en un cuarto que no era el suyo con dolor en la cara, rodillas y espalda, sin
poder explicar lo antes sucedido.
La
cama donde reposaba era cómoda, lo cual agradeció sin perdonar el trato que le
habían dado, después de todo ella no era una delincuente solo quería servir a
la ciencia, cosa que a más de alguno debía incomodar.
Estaba
adormilada y sedienta, por suerte en la mesita de noche habían dejado una botella
de agua, se apuró a
tomarla, no sin antes revisar que estuviera nueva y debidamente sellada; mejor
prevenir que lamentar un envenenamiento.
Una
fotografía muy antigua que estaba junto a la botella llamó su atención. En ella
había alguien parecido al presidente, pero era obvio que no era él, pues el del
retrato era un anciano.
Dejando
de lado sus comparaciones, se levantó para inspeccionar la habitación. Despacio
se acercó a la puerta para colocar el oído tratando de escuchar si había alguien
afuera.
Sin
lograr captar ningún ruido, se atrevió a
girar la perilla sorprendiéndose de que la puerta se abriera sin que nadie
lo impidiera.
Afuera
no había nadie, la casa lucía desierta; le extrañó que después de haberla
tratado como prisionera, no hubiese nadie cuidándola.
Se
dispuso a buscar la salida, cosa que le resultó difícil ya que la casa era bastante
grande, con pasillos y muchas puertas (aquello era parecido a un claustro o internado).
Decidida
abrió cada puerta pero nada, solo
encontró habitaciones con muebles muy básicos, todas iguales.
Tuvo que bajar tres niveles hasta toparse con una habitación sin muebles, pero que le comenzaría a dar respuestas; en la pared pintada de azul, se leían cinco palabras:
“Fuego primigenio bautiza comulgante fraternidad”.
Tuvo que bajar tres niveles hasta toparse con una habitación sin muebles, pero que le comenzaría a dar respuestas; en la pared pintada de azul, se leían cinco palabras:
“Fuego primigenio bautiza comulgante fraternidad”.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este es un espacio donde su opinión cuenta, sin embargo no se permiten mensajes ofensivos hacia ningún sector de la población, sexo, raza o credo; tampoco se permite el uso de palabras soeces.