(O de cómo ejercer lo lúdico)
Por: José Ruíz Mercado
De entrada en el mayor de los ocios, las dudas aparecen para volver con la pregunta del viejo catedrático cuestionándose por el cambio de una cátedra de historia desde los descubrimientos científicos y el arte, en lugar de la actual de políticos y sus juegos.
Larguemos a vagar la imaginación para leer en aula, ya no el santoral de hechos entre los grupos del poder, por esa, ahora sí, imaginería de obras y autores con la pretensión de comprender, leer al mundo y significarlo.
Larguemos a vagar la imaginación ahora que se puede hacer de la circunstancia un baile de emociones en un canto universal donde cada uno tenga su verdadero instrumento con el debido respeto al trabajo del otro. "Con el debido respeto", como decía mi abuelo.
Es de todos conocido la minimización de parte de quienes desconocen un oficio afirmar; tan fácil, yo lo puedo hacer, en todos los sectores del conocimiento. Falta de respeto, pretensión, egolatría. Yo lo puedo hacer.
Larguemos a vagar la imaginación. Imaginemos una República de respetuosos en convivencia. De personajes con tanto conocimiento de causa cuyo sentimiento de vida va más allá de la egolatría de sentirse indispensable. Por lo tanto, su trabajo va más allá del aplauso. Personajes con la valoración de sí mismos a partir de su existencia.
Si. El ocio nos permite revalorar. Revalorarnos sin conceder tregua a lo hecho hasta este momento cuando leemos estas líneas. Y es que, cuando pensamos en el mañana ya es ayer; la duda cabe. La posibilidad de revisar las entrañas de una sociedad tan dependiente pero a la vez tan ególatra hasta caer en la prepotencia.
El viejo catedrático se pregunta la validez del lenguaje, la validez del arte. Alfonso Reyes afirmaba a la literatura como un valor semántico aunado de uno formal. El uno con el otro; de otra manera no es literatura, no es arte.
Alfonso Reyes, el fundador del Ateneo de la Juventud, con toda una cultura greco latina, con una preparación lógica de la lengua, capaz de escribir recetas de cocina en sonetos con la perfección de los poetas del Siglo de Oro Español, bien pudiera formar parte de ese canto universal.
Larguemos a vagar la imaginación a la búsqueda y encuentro de una sociedad sin necesidad de caudillos. Ahí en donde cada uno hace su trabajo. Se vale vivir de la utopía para creer en ser parte de una epopeya, de una novela con personajes caminantes de calles llenas de luna.
Una novela ¿Cartucho? Entonces visitemos a Nellie Campobello. Con sus descripciones como estampas de pueblos, parajes. Estructuras semánticas, formales, como lo define Alfonso Reyes, quien naciera un 17 de mayo de 1889.
La imaginación vaga. Lo hace tanto como el pasar de los tlaxcaltecas del periodo de Hernán Cortés al México de los sesenta. Cambio de Piel, Carlos Fuentes en un lenguaje pos moderno tan actual como pasado. Pensar en mañana cuando apenas es ayer, la metáfora del ciber espacio.
Pensarse de novela. Pensarse de cuento. Sencillo. Pensarse así, nada más. Porque la vida es eso, un pensar los mundos diversos del universo. Sin pragmatismos. Tan cercanos como lejanos, tan de película.
Se me ocurre iniciar una clase de historia universal, si es que reviso a Alfonso Reyes, con una lectura de la Iliada. Se me viene a la mente a Alfonso Reyes en discusión con los miembros del Ateneo sosteniendo en sus manos un celular siempre atentos a las redes sociales. La imaginación vaga en alguna de las líneas del transporte colectivo.
Lo importante aquí, entonces, no es ver lo verídico sino lo verosímil. El cuestionamiento va, no en relación a la lógica de lo real, sino a la imaginación, y ésta tiene un significado concreto, una estructura acorde a las reglas de la forma. Luego entonces, Reyes hizo regresar a Aristóteles a su Poética.
La utopía más grande. Aún aquella de desestucturar los fundamentos filosóficos del positivismo para revisar a fondo la problemática del individuo ante el mundo más allá de la ciencia. Como diría Reyes, los símbolos en la estructura, la visión lingüística de los significados, la ética del autor: Conocer y reconocerse sin olvidar la máxima de toda obra como un cúmulo de conocimiento.
Toda obra es una lectura en su tiempo y espacio. Cuando Jean Paúl Sartre escribe Las Manos Sucias entra a los cuestionamientos álgidos de la toma de decisiones de la clase política, la necesidad de los convenios. Así, Hugo, el personaje anarquista con una alta cultura, ve su responsabilidad histórica de la obediencia a un partido, se cuestiona ante su convicción individual de su participación en ese instante.
Hugo es el representante intelectual ante la circunstancia de una sociedad, la cual cree en la inmediatez. Hugo tiene una razón, todos tienen una razón. Georges y Slik están para saciar el hambre física, como los personajes de la gleba de Los de Abajo, de Mariano Azuela. Hugo, en cambio, tiene un acto de fe, de convencimiento a sí mismo. Son diferentes pero iguales.
La historia pareciera dar vueltas. Hoy vivimos circunstancias similares. Los conflictos de los grupos en contienda viven una guerra, saben de los daños colaterales pero la economía es más importante. Después de todo es una guerra y en toda acción bélica la razón y la inteligencia no se encuentran del lado del individuo. No queremos a Hugo, preferimos a Georges y Slik.
Los conflictos emocionales están unidos, se dan en un elevador, el cual no se abre. Los individuos ahí expuestos dejan su individualidad para caer en el miedo, son parte de un Cupo Limitado, la obra de Tomás Urtusátegui, la obra ganadora de reconocimiento en Japón. La obra que desenmascara las emociones, las bajezas humanas. No interesa que alguien se muera si logro salvar mis intereses.
La historia pareciera repetirse. Pero sólo es una apariencia. La historia no es un círculo vicioso, es una espiral la cual en ocasiones se junta demasiado. El neoliberalismo está al servicio del gran capital, mientras existe otra vereda hacia el individuo.
Entender esta diferencia es complejo. Es por esto la utopía de ese viejo catedrático; la enseñanza de la historia a partir del arte y la ciencia. Y jugar, saber jugar, como alguna vez lo hizo Ignacio Arriola Haro al subir a Medea al Metro. Ejercer lo lúdico.
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