Por: José Ruíz Mercado
Cuando una obra llega a llamar la atención de los críticos es para
lucirse. Se está a la mitad del camino. Cuando la obra completa de un autor
permite la revisión teórica dicho autor tiene la posibilidad de trascender, es
el inicio del camino a la esfera del arte. Pero, cuando se revela como parte de
un grupo de grandes y, da la posibilidad de un estudio comparativo, el asunto
va en grande.
Luego viene la etapa crítica, el deseo de publicar todo, así, sin revisión, sin lecturas, eres mejor que el autor al cual quisiste tomar de modelo sin leerlo. Si te topaste con un editor “independiente” y tienes unos centavos extras, le envías tu trabajo, te pide unos centavos, y se hace acompañar de grandes elogios. De no tener dinero, solicitas, con el amigo del amigo, la posibilidad de una publicación del Estado.
La respuesta del Estado Mexicano posterior a 1968 fue la de ejercer programas
dirigidos a los jóvenes, de alguna manera, el régimen presidencialista tenía por
cubrir los errores del pasado reciente, una máscara distinta diferente a las
prohibiciones ejercidas.
Todo debería estar dirigido a la juventud. Las becas, los
reconocimientos. El Estado ganaba por partida doble. Se mantenía un control, al
mismo tiempo, la posibilidad de tener feliz a un sector de la población. Entre
los jurados alguna vez se escuchó: Los premios entre los más jóvenes tendrán la
consecuencia de que, después de la fiesta, ya no sabrán a donde ir. En el
futuro un competidor menos.
Con el tiempo se hizo costumbre. Todo dirigido a los jóvenes. Becas, opera
prima, premios; para los autores con edad de madurez, nada. De pronto alguien
comenta. Ese ya está muy viejo, se va a morir pronto. Entonces viene una
medalla.
Los presupuestos del Estado destinados a la cultura tienen esta visión. Buena,
sin duda, el país que descuida a su juventud es un país sin posibilidades de
crecimiento. Cuando se siembra una planta los cuidados cambian con el tiempo. Y
esto no lo ha entendido.
A inicios del periodo de la Revolución, los cambios políticos vinieron a
generar diferentes modelos. Con ello nacieron los grupos de avanzada, pero
también, personajes con una visión neo porfirista; no podía ser de otra manera,
la visión del positivismo juarista estaba cerca, avalaba la burguesía criolla.
Diferentes personajes poblaron la escena intelectual mexicana. Desde la
más radical izquierda, hasta la derecha. La cualidad fue, que ambas leían. Las
discusiones, por lo tanto, eran de altura. Hasta los años setenta este interés
se vio. Después se perdió.
Las universidades fueron centros de investigación. Varias revistas
universitarias fueron ejemplo de propuestas, muchas de ellas continúan
vigentes, verdaderos objetos de estudio. Los personajes de la inteligencia
mexicana formaron su visión del mundo.
Algo sucedió a la mitad del camino. Se dejó de mirar a los grandes
maestros. El aplauso a los nuevos. Se hizo mofa de quien pretendía revisar la
obra, las bases, sus fundamentos. Se pensó en el trabajo como una terapia ocupacional,
la cura a la locura (las teorías psicoanalíticas, para este tiempo habían
descartado la teoría de la locura). Se habló del estado cuasi sicótico del
autor para llegar a estados creativos.
La tarea del crítico fue cuestionada. Se pensó en un trabajo de frustrados,
no como una tarea de reflexión teórica. Prohibido pensar ¿Para quién es la
obra? Cada vez más alejado de un público más allá de los amigos. Pero, también,
de las bondades del Estado. La edad.
El trabajo de la crítica lleva a una construcción teórica, a construir
paradigmas, a ofrecer el lugar a obra, a autor. Empieza el camino. La dicha
cuando una obra cumple diez años y continúa revisándose, y un crítico ofrece
esa construcción.
Excelente artículo Pepe.
ResponderEliminarDocumentado y actual.