martes, 28 de junio de 2022

Veo en una Página

Por: José Ruíz Mercado

El paseo de las letras entre la música y la sintaxis plena. La joya de leer al oficiante sublime de las letras. Joya, sí, hablemos de joyas literarias, del dulce prodigio de encontrar un diálogo pleno, de revisar los escritos de Hilda Morán del Castillo.

   Hilda posee por convicción una cultura como las grandes familias de antaño. Una rectitud que la llevó a ocupar un puesto público. Encargada de literatura, invitó a quien tenía algo por decir, en todas las áreas, sin concretarse sólo a sus amigos.

   Por varios años sostuvo una columna en el Suplemento Cultural de El Informador en el periodo cuando los diarios de México tuvieron su papel en la difusión y promoción del arte en México.

   Su prosa es de una exquisitez rayando en lo poético. Con un alto saber temático, con un conocimiento del lenguaje, los juegos lingüísticos, el ritmo. Sus escritos nos pintan un momento de nuestra historia. Tienen el frescor del lenguaje periodístico junto al rigor académico.

   En 1991 editorial Ágata en coedición del Ayuntamiento de Guadalajara, edita Itinerantes Crónicas de la Cultura, con 138 páginas en un tiraje de 1500 ejemplares. Un libro. Así, sin mayor decir. Iniciamos su lectura. Comienza el viaje.

   Juan Rulfo aparece en la magia de la lectura: “Había un aura de taciturnidad en su alrededor, él quería reducir a lo elemental, el alma de un pueblo, exprimir el sentimiento de los hombres con disimulo; y es que sólo él supo acumular la tragedia con discreción, haciendo gala de la economía y la selección de las palabras con que se expresó”.

   La invitación está hecha. Con ello iniciamos a cambiar la idea otorgada por una portada con poca imaginación. La aventura de los libros así es. Pocas veces nos topamos con el todo íntegro. Y le seguimos.

   Dibuja al personaje como lo vimos alguna ocasión. Solitario, tanto como pretender contagiarse de su mundo interior. Con poco por hablar, pero sí, con mucho por decir. Con ese adentrarse en el ojo de una cámara para engalanarnos con una selección de sus palabras.

   Hilda nos convierte en cómplices de su retrato, en partícipes de la discreción. “En ese entonces compartí su tiempo y le expresé que él, como la buena música, nos había enseñado también el valor de los silencios. Juan Rulfo sonreía enigmático”.

   Fuimos, seguimos siendo cómplices de la emoción de comulgar con la prosa, los encuentros con los personajes, los detalles, la estructura de los cambios al mencionarnos a Agustín Yáñez, el grande, el novelista, el catedrático, el iniciador de los grandes cambios, el visionario.

   Nos comenta, Hilda, de esa colección de discos de acetato editados por la UNAM, Voz Viva de México, en donde la voz de los autores está ahí, presente. De nuevo, nos lleva a transitar por un instante de nuestra historia.

   Pero no se queda ahí, su comentario nos lleva a la sensibilidad de Yáñez, al comentar de la anécdota de como lo conoció, de la lectura de su obra, de la cercanía por circunstancias extraliterarias. Además, escribe una verdad: “…algunos bajan del augusto pedestal de la cultura, para ubicarse unos cuantos años en el sitial del mandatario…Don Agustín Yáñez fue de esos conciliadores, porque él actuó siempre de acuerdo con sus principios… un hombre con fidelidad solamente a dos vocaciones: la del magisterio y la del cultivo de las letras”.

   Agustín Yáñez, el teórico que dio pauta a la Facultad De Filosofía y Letras, de la Universidad de Guadalajara, al proyecto de la Universidad Autónoma de Nayarit, el autor de La Creación, al único político a quien le tengo respeto.

   Pero sigamos con la prosa, la poesía, esa singular manera de observar el mundo, vamos a la página 67 “No has despertado de la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de granos de arena… Sin embargo, el Borges casi perpetuo e indulgente, por fin ha traspasado la línea del sueño adocenado y trivial”.

   Y más adelante, ahí por la página 68 (el artículo llega a la página 71 de un total de 138) “Alguna vez, algún día, conoceré la sombra del misterio mayor de los hombres… Y ese enigma lo ha hecho suyo por fin ¿Pero acaso no había traspasado ese umbral metafísico en sus circunvoluciones literarias?... Nadie lo sabe, empero desde un par de veranos anteriores, desde precisamente el catorce de junio de 1986, Borges camina ya sin lazarillo a través del laberinto insondable de lo eterno”.

¡Qué elegancia de decirlo! ¿Para qué mencionarlo si lo puedes decir de otra manera, otro acercamiento a lo mismo, mejor dicho, retocando lo esencial de esa visión del mundo, de la metafísica conceptual de lo literario’.

   Hilda nos lleva de la mano, de la observación hasta el interior de un personaje quien no exclusivamente creo su propia imagen, sino, a través de los pasillos de la biblioteca generó el universo.

   Podrán decir los puristas ideológicos lo que deseen. Al final es la libertad de expresión, podrán incluso mencionar otro universo. Pero un personaje crece, a pesar y con todos, porque al leer su obra, al terminar un artículo, un libro, te vuelves (nos volvemos) cómplice de su universo.

   A Hilda, como a tantos otros, se le adeuda un estudio a fondo de su obra. Un análisis exhaustivo de su hacer. Por lo pronto aquí está estas Itinerantes Crónicas de la Cultura, después vienen sus novelas.

   Hilda, periodista cultural por varios años, ahí están los archivos de El Informador, su participación en diversos foros, su poesía. Toda una vida, todo un universo, una joya en la Cultura.

 

 


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