Amauta
en quechua, la lengua de la cultura Inca, significa “Maestro Sabio” y era la
persona que se distinguía por su sabiduría y compartía conocimientos de
religión, cultura, ciencia, entre otros, a los hijos de la nobleza o del Emperador.
Dado
el honor y responsabilidad que tenían, la comunidad los reconocía y se
convertían en integrantes del Consejo Imperial del Sapa Inca; respecto
a nuestro tiempo y nuestra propia historia, es difícil que podamos otorgar a
alguien que nos ha dado su tiempo, experiencia, conocimiento o valores un
reconocimiento distinto al personal con el que le agradezcamos sin embargo, hay
gente que llega a nuestra vida y trasciende más de lo que se imagina, ya que lo
aprendido de ella puede no sólo quedar en nosotros y nuestros actos, sino que
también puede ser ejemplo para que otros los tomen.
Te has puesto a pensar qué, si por cada aprendizaje
que recibimos, tomamos o comprendemos, estuviéramos en posibilidad de entregar
un título a quien nos lo compartió seguramente el mundo estaría lleno de
diplomas.
Por nuestra educación formal, sabemos que
un maestro es aquella persona que se ha formado para impartir conocimientos de
temas determinados a un grupo de personas.
Por excelencia y tradición, si hay alguien
a quien hayamos aprendido a respetar socialmente es al profesor;
independientemente que atendiendo a nuestra propia formación y desarrollo, con
la edad tengamos más elementos para discrepar de su enseñanza.
Llama la atención que a pesar de la
modernidad que enfrentamos y el desarrollo tecnológico, aún sea el maestro, una
de las profesiones más respetadas en la sociedad, destacando de otras como los
médicos, militares o ministros de culto.
Lo curioso del vínculo entre el profesor y
el alumno es que va más allá del conocimiento, llegando a crearse incluso un
vínculo afectivo de admiración y respeto, que tiene su cúspide en los primeros
años de enseñanza y desciende conforme avanza la edad.
Recuerdo que en más de una ocasión he
escuchado a los niños dirigirse a sus maestras en la primaria con el término de
“mamá maestra” y seguro que para ellas debe ser verdaderamente gratificante y
honroso que sus alumnos se dirijan con ese afecto que excede por mucho lo
recibido en su nómina.
¿Aún sonríes al recordar tus anécdotas con algún profesor de tu educación básica?
De más está pretender la importancia social
que tienen y la manera en que los profesores han sido reconocidos; tan sólo
pensemos en que existen monumentos, instituciones, días, festivales en su
honor.y
obvio, ni hablar de la música o entretenimiento, hay tantos títulos y obras al
respecto que con tan sólo enunciarlas podríamos estar llenando el espacio de
esta columna.
Basta
considerar que son tomados en cuenta en todas las historias, géneros, tramas,
ritmos o escenarios: desde la realidad hasta la ficción, su presencia es
reclamada por los espectadores, es decir, resulta absurdo pensar en una
sociedad como la que tenemos actualmente, sin reconocer la importancia de tan
noble profesión.
Vale
la pena mencionar que, con el tiempo, las personas podrán olvidar nombres,
fechas o eventos de importancia para su comunidad, pero difícilmente olvidarán las
anécdotas, circunstancias o personajes que los acompañaron en su formación.
¿Crees que has sido justo con tus profesores?
Es cierto, la lógica nos lleva a creer que
todos aquellos que se forman académicamente para educar, capacitar e instruir
son maestros; pero ¿qué pasa con los
han sido formados por la vida o las circunstancias los han llevado a ello y
tienen las cualidades suficientes para enseñar a quien está a su lado? Si
bien puede que no los llamemos maestros porque tienen ya otro título por ser
padres, hermanos, parejas, amigos o compañeros, pero ¡no dejan de enseñarnos!
Desde
luego, no es el momento de compararlos, pero si resaltar la actitud generosa de
aquellas personas que se toman un momento de su vida para enseñarnos,
consciente o inconscientemente y darnos la oportunidad de con ello, ser mejoras
personas para nosotros y para quienes amamos.
Quizás
no exista la Licenciatura, Maestría o Doctorado para ser Maestro de Vida o grado
técnico equivalente, pero ¿quién de
nosotros no ha recibido el consejo de un amigo con el cual hemos logrado
encontrar la solución a un problema?
Queda
claro que las matemáticas no son comparables con el amor, ni la biología con la
angustia o la química con el fracaso sin embargo, está de más pretender igualar
el conocimiento técnico con el humano y puede resultar mejor simplemente
reconocer como maestro a aquella persona que con su enseñanza me ayuda a ser
una mejor versión de mi mismo, ya sea para solventar un problema o para crecer como
ser humano.
¿Has tenido muchos profesores en la “Escuela de la
Vida”?
Cada vez que me pregunto cuales son las características
básicas de quienes me han enseñado algo, concluyo en lo siguiente: amor por lo
que saben, generosidad en su impartición, valor que me reconocen, percepción de
la situación y lo más importante de todo, compromiso por trascender.
Quien es
generoso en su forma de vivir, se conduce con honestidad, congruencia y apego a
sus convicciones; sabe que en la manera de dar está la de recibir.
Es decir, la persona que tiene conocimiento
se percata de la importancia de éste y su utilidad para resolver el problema
que con mis palabras o actitud le he planteado, comparte su experiencia con el
interés de que una vez que lo entienda, con convicción lo realice, atendiendo
al valor que ve en vi y con ello y su sabiduría, esté en posibilidad de alcanzar
la resolución de la situación que me ocupa.
Es obvio que la enseñanza sólo se da entre
quien la tiene y quien la quiere, asumiendo que ambos estén preparados para
ella de lo contrario, no pasará de buenas intenciones.
No hay nada más grato en este mundo que disfrutar
la escena en que una persona que tiene los ojos bien abiertos a la vida, desea
aprender lo que ésta le plantea; ni nada más grato, que quien tiene el
conocimiento lo pone a disposición de otra de forma alcanzable.
En tu vida que
rol has disfrutado más ¿cómo maestro o alumno?
“CUANDO
EL ALUMNO ESTÁ LISTO, APARECE EL MAESTRO”
Cuánta
razón tiene este proverbio zen… En ocasiones nos afligimos por las
circunstancias y exigimos resultados, sin percatarnos que nos hemos preparado
toda una vida y ya estamos listos para enfrentar esa situación.
En
muchas ocasiones, basta con escuchar una palabra, atender a una circunstancia o
confiar en los que somos y sabemos para alcanzar nuestros objetivos. Si tenemos
ese conocimiento ¿cuál es la razón para
no compartirlo?
Si
otros han sido generosos con nosotros, quizás sea el momento para consolidar
esa actitud y compartir nuestra forma de vivir, conocimientos y experiencias
con quienes nos importan y están a nuestro lado. No vale la pena subestimarse o
menospreciarse para evadir nuestra responsabilidad de dar por el contrario, hay
que ser objetivos y atender a nuestras fortalezas y debilidades para afrontar
nuestras oportunidades y amenazas.
Basta
motivarse con recordar lo que hizo el hijo de un carpintero por el mundo que lo
rodeaba hace casi 2,000 años es decir, hablar con verdad, amor y claridad. Si
algo podemos aprender de lo mucho que enseñó, es que al participar con amor de
nuestro conocimiento siempre nos hará mejores personas y dará a otros la
oportunidad de serlo.
Es
tiempo de atender al mundo y construirlo de la manera que hemos soñado; en vez
de aplaudir o repudiar lo que hacen otros, después de todo: “De
cada momento podemos extraer conocimiento y compartirlo.
¡Tanto enseñar como aprender es una
responsabilidad!”, ¿ESTÁS DISPUESTO A ASUMIRLA?
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