Por: Alejandro Ruíz Robles
Nacemos y
crecemos en una familia que no pedimos, pero a la que llegamos rodeados de amor
y expectativas de nuestros padres por hacernos grandes seres humanos y
profesionales.
No hay
mayor dicha para los padres que hablar de sus hijos. Siempre nos tienen
presentes y a su manera nos amarán y formarán.
Por el
lado de los hijos, no hay superhéroes más grandes, ni generosos que sus padres.
Entre más
temprana sea la edad de los hijos, los elogios respecto a las habilidades y
cualidades de padres e hijos son los máximos y tristemente, a medida que se
crece, éstos van ajustándose a una realidad que es producto de las acciones y
hechos mostrados.
¡No hay mayor fortaleza para una persona que vivir a plenitud el amor
en la familia!
TODO CAMBIA
Conforme
crecemos, cada uno va teniendo sus propios intereses que distan mucho de ser
comunes en la familia. Las diferencias de opiniones crecen, las acciones conflictúan
y los temperamentos chocan. La armonía de cuando éramos pequeños, en mayor o
menor medida, se desvanece y el equilibrio de poderes se muestra. Usualmente,
en la medida que se vaya teniendo mayor libertad económica, se mostrará la
posibilidad de tener una mayor autonomía en la toma de decisiones.
Conforme
se va creciendo y se maximiza el conocimiento con la educación y se aprovechan
las oportunidades, en especial la de generar riqueza, habrá opciones a futuro.
Si bien no es lo más importante, la libertad económica siempre nos dará
una mayor oportunidad para escoger nuestro destino.
En casa nuestros padres establecen las reglas
básicas de convivencia que a su consideración
son las más adecuadas para nuestra formación y tratamos de acatarlas, ya sea
por convicción o por necesidad
A medida
que nos vamos desarrollando, empezamos a cuestionar no sólo la autoridad de
nuestros padres, sino también los conocimientos y las decisiones. Las confrontaciones
que eran inimaginables en una etapa temprana, se vuelven el pan de cada día
conforme crecemos.
El matiz
de color rosa de nuestra niñez pasa a convertirse tenuemente al rojo y llegará
a ser tan encendido, como la madurez en la familia lo permita.
Si bien crecer como tal no implica dolor, si lo constituye el hecho de la confrontación que se presente al actuar en nuestro núcleo familiar. El amor que se muestre al conciliar evitará el rencor por las acciones tomadas.
El amor que nos dieron al nacer y con el cual
crecimos, no muere, únicamente se transforma
en función de la madurez como aceptemos todos y cada uno los cambios en cada
uno de los miembros de la familia. La diferencia de opiniones, caracteres,
intereses o posiciones no nos convierte en rivales acérrimos; por el contrario,
la identidad de éstos, tampoco nos hace aliados permanentes.
En la
medida que respetemos a quienes integramos a la familia por quienes son y su
aportación a nuestro núcleo, sin duda habrá una mayor armonía en la
interrelación.
La consideración que tengamos por cada elemento familiar contribuirá
siempre a un mejor entendimiento.
El hecho de estar, tanto tiempo juntos y
vivir, tantas situaciones nos hace tener un conocimiento
mayor de cada elemento familiar. A mayor cercanía e interacción, sin duda será
más cierto su entendimiento no obstante, siempre habrá características de su
personalidad que sean desconocidas, en función a que tendrá facetas que no
compartamos con ellos.
En virtud
de ello y de sus características propias, habrá más de una ocasión en que nos
sorprenda su actuar o decidir. Y el hecho de diferir con esto, no nos convierte
en antagonistas; únicamente en personas con distintos intereses.
Tomar como punto de partida, una conducta distinta a la buena fe de
cualquier elemento de nuestra familia sólo por no ser coincidente con nuestros
fines, puede llegar a violentar el diálogo idóneo que siempre buscaron nuestros
padres.
Es tan común prejuzgar con expresiones tales
como: “me hizo”, “ya sabía”, “siempre tú”; que
de repente, nos cerramos a cualquier posible diálogo aclaratorio por las
acciones tomadas y tristemente, se siembran barreras que pueden cosechar
grandes distancias.
El valor
de las palabras se minimiza con la cólera por las consecuencias reales y
ficticias que asumimos que se provocan y con ello, la ruptura de los puentes
para charlar y conciliar.
No hay
peor guerra que la que se vive en casa, ni mayor consecuencia que la que
produce su distanciamiento hasta su posible extinción.
Cuando haya diferencias con alguien en tu familia, se humilde y busca
el diálogo atendiendo al reconocimiento de quien es el implicado. A partir de
ahí, estarás más próximo a un resultado positivo. ¡En la distancia no hay
unión!
¡PÓNTE EN MIS
ZAPATOS!
Usualmente
buscamos tomar decisiones atendiendo exclusivamente a nuestro punto de vista y
nos encerramos en nuestras razones y sentimientos; no obstante, se nos olvida
que somos familia y que en mayor o menor medida, partimos de valores y
formaciones similares, ¿por qué no también atender a éstas?
En la
escuela aprendemos que todos somos únicos e irrepetibles y las circunstancias
nos hacen reaccionar distinto en virtud de ello, porque no partimos del
principio básico del amor familiar y como consecuencia de ello, buscamos
atender y entender la problemática de cada uno considerando su conocimiento,
carácter, metas y necesidades.
Si sabemos que para que haya un problema se requieren mínimo dos
partes, no decidamos ser una de ellas hasta que realmente conozcamos la
situación , ¡mejor ser parte de la solución que del problema!
EL RENCOR NUNCA
NOS HARÁ LIBRES
Cuando
dejamos de considerar a alguien familia y lo vemos como extraño, normalmente
nunca nos percatamos lo que perdemos y peor aún, siempre llevaremos un duelo
que a la larga se convierte en parte de nosotros.
Cuando
haces todo por dialogar y no se logra el resultado adecuado, quizás no obtengas
la armonía de mantener una relación, pero si, la paz que te da el haber tendido
los puentes que así consideraste adecuados.
Mantener
el rencor por una conducta inadecuada, una acción incómoda o una relación rota,
no te hace tener una mejor vida.
No hay mayor riqueza para el alma que mantener a tu familia unida ¡a
pesar de todas y cada una de sus diferencias y defectos!
“… Y SI YO…”
Conforme
transcurre la vida y conozco a más personas, siempre hay en ellas recuerdos
familiares y los que más tristeza causan son con los familiares que han partido
y con los cuales tuvieron diferencias “irreconciliables”.
Desafortunadamente, cuando platican su
problemática con calma y la analizan fríamente, se dan cuenta de que no siempre
ésta era definitiva y era posible una conciliación, a lo que siempre expresan: “…
y si yo hubiera…”, “… es que de haberlo sabido…”,
“… pude haber hecho algo más…”. Sin embargo, esto ya no es posible.
Sabemos
que ninguno de nosotros tiene la vida comprada o sabe con certeza lo que vendrá
en los momentos siguientes, pero lo que sí sabemos es que cada uno tiene la
posibilidad de ofrecer su mano para estrechar la de otro; no esperemos a que
nuestras manos se encuentren para pedir por el alma de alguien a quien pudimos
cambiar en vida con nuestra actitud.
La Vida es hoy, ahora ¡no esperes a que alguien se vaya de ti para
mostrar tu amor!
NI ADELANTE NI ATRÁS, ¡A TU LADO!
Si son tantas las coincidencias con todos y
cada uno de los miembros de tu familia ¿por qué
hacemos que destaquen las diferencias para confrontarnos y alejarnos?
¿Qué mayor
satisfacción pueden tener los padres que ver que sus hijos viven en paz y
armonía?
Si crecemos al lado de nuestros hermanos, no hay lugar a diferencias o
supremacías. ¡Somos iguales en esencia! ¡Hagamos de las coincidencias nuestra
fortaleza!
Si son
tantas las coincidencias con todos y cada uno de los miembros de nuestra
familia, con el tiempo nos daremos cuenta de que son los resultados de las
oportunidades aprovechadas lo que nos hace distintos. ¡Seamos solidarios con
ellos y aceptemos también con humildad lo que nos ofrezcan.
¡Honrar los vínculos de sangre con amor, siempre dará motivos para
vivir en plenitud!
“¡COMO ME VES,
TE VERÁS!
Es regla
de vida que nuestros padres siempre estén con nosotros, en presencia o en
esencia, desde que nacemos y hasta que tenemos la posibilidad de hacer nuestro
camino. ¿Por qué no estar con ellos cada vez más conforme se acerquen al umbral
de su destino?, ¿y qué mejor que hacerlo procurando su paz y alegría?
Si cuando
fuimos pequeños e indefensos nos trataron con amor y no, nos vieron como una
carga ¿por qué deberíamos tratarlos de forma distinta?
Lo que damos ¡recibimos! ¡Sembremos amor a nuestros padres y cosechemos
el amor de nuestros hijos! ¡Siempre en
vida!
Después de
todo, ¡ellos siempre estarán con
nosotros!
Ahora
bien, ¿y tú qué tantas diferencias
tienes en tu familia?, ¿eres feliz en coincidencia o reservado en la
discrepancia?
Si eres feliz, ¡excelente! Sin duda eres generador de alegría para tu entorno. Si no lo eres, analiza la razón y atrévete a tomar decisiones. ¡Quizás sea un buen momento para tender puentes y ver que es más la voluntad de unir y estar cerca que de vivir en la distancia!
Seamos buenas personas y recordemos parte del mensaje de Voltaire: “¡Sólo entre gente de bien puede existir la amistad, únicamente la gente buena, tiene amigos”!
Posdata: Agradezco mucho ser considerado para el Galardón Nacional “Alas de Oro” a ser entregado el próximo viernes 25 de marzo en San Francisco del Rincón, Guanajuato.
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