Cuento ganador del 1er, lugar en el concurso:
"Cuento Navideño", convocado por la Revista Q.Victory
Autor: Juan Rosales Contreras
El Membrillal, municipio de
Abandono Perpetuo, Jalisco, es una comunidad apacible, muy distante de todo. En
un marginal punto del pueblo se erigía orgullosa una escuelita rural llamada “Solidaridad”;
ignoro si fue fundada en el año del bicentenario (2010), pero así la
bautizaron.
QUIQUE era un niño de escasa una década de “vida”. Noble, sencillo, con un
rostro adecuado para dibujarle la sonrisa o esculpirle de lleno la alegría.
Dice mi amigo Edgar, su maestro, que no recuerda haberle visto ni siquiera
sonreír. Es que siempre hasta ese momento, había sido aporreado por la vida. No
le fallaba golpe en su menuda estructura corpórea, ¡qué tino tenía!
Lo casi poético y restablecedor que llegaba a la escuela de Quique, a diario, eran oleadas de aire puro, de brisa olorosa a verso, a esperanza, de las no lejanas lagunas de Chapala y Cajititlán, de aquélla por el Oriente y de ésta, por donde el sol, al esconderse, forma hermosos arreboles. Eran cinco nietos, Quique el mayor, hacia abajo cuatro niñas de 8, 6, 4 y 2 años que sus alegres y productivas hijas (dos) le regalaron a doña Queta, la abuelita. La “Dolce Vita” era el oficio de las hijas, que prácticamente, “ni sus luces”.
Quique era alumno de quinto grado.
Para iniciar el sexto, pregunté por él y dijo “ni lo inscribieron”, y nada se
sabía de él, huyó así como huye la felicidad de los hogares pobres. Ésta fue la
primera posta de una infinita ruta de dolor. Algún día de Dios volvió el padre
y a la escuela se presentó muy diligente. ¡Qué ajeno a su hijo que ni cuenta se
daba, que ya no estaba como alumno!
Cuando encontré a mi amigo me
soltó: “Mira, no tenía espacio del cuerpo libre en dónde ponerle la
información, ni un poro siquiera vacío. ¡Con razón! Con quién Quique llora,
sonríe o juega”, completó mi compañero Edgar ¡Sea por Dios!, rematé yo.
Doña Queta moría de pena ajena
cuando su remedo de hijo le contó que había ido a preguntar por el niño al lugar
donde debía estar. La Santa Señora le escondió la ausencia de Quique en la
escuela, en la casa y en el pueblo. Ella mintió. Siendo blanca de tez, ésta se
le tornó púrpura de no supo qué…
Menudo problema a la hora de la
comida. Aunque Quique no estaba, el progenitor, se comió la ración del niño y
la propia. ¡Qué barbaridad! Era una apología de la desgracia y una alegoría de
la “Última Cena” Bíblica.
El tendero bien sabía cómo los
números crecían, se inflaban en su rancia libreta: un verdadero vestigio de la
Colonial “Tienda de Raya”.
El multicolor, el hombre “Arco
Iris” había dicho “al otro lado” que sólo venía a pasar Navidad y se iba
“pa’trás”, como dicen muchos en Sonora y Arizona. Suponemos que los únicos
momentos en que Quique fue feliz ocurrieron a la hora del recreo, espacio donde
un puño contra otro jugaban fútbol. Él pisaba la pelota y no iniciaba hasta que
él la rodaba. Así deseaba aprisionar tan sólo para él la esquiva felicidad.
Sus pies casi desnudos; eran sus
huaraches arañas literalmente, con un recuerdo de llanta de carro. Aun así,
éstos le daban felicidad de anotar un gol; le daba con rencor como si a la
pelota se las quisiera cobrar todas. La Santa Quetita les profería a sus nietos
más ternura de la que tenía. Era amor leal, no “samaritano”. A Quique, por
hombrecito y más grande, de esto también le tocaba menos, él no entendía esto.
Y para sí murmuraba “hasta las caricias se me niegan”.
Quique nació sin estrella, vean
(lean):
Sería su primer posada al estilo
escolar, sin villancicos por prescripción constitucional. Llegó el Supervisor
Escolar, se llevó de urgencia al maestro, y el pequeño refrigerio y los
desnutridos bolos, fueron encargados al alumno mayor. Éste repartió por
estaturas, y Quique era el tercero más alto, a los tres últimos les tocó ¡Nada!
La inflamada bolsa que contenía los bolos y los lonches no dio pa’ más. De haberle
tocado hubiese sido una pizca de alegría y humectante en su blanquecina boca.
En otra ocasión ésta se la
refirió posteriormente la abuelita al maestro, cuando se dio cuenta de que la
suerte lo había abandonado se preparaban en el catecismo en el templo de EL
SEÑOR DEL SUFRIMIENTO, que les correspondía, para demostrarle al Obispo de la
diócesis que eran capaces de recitar toda la Ley de Dios. Les anunciaron
premios y demás. Quique fue ayudado a memorizar los Mandamientos de esa ley.
Esas letanías las dominaba, y a él el deseo de recibir el premio. De repente
arribo agitado una avanzada a nombre del Sr. Obispo. Pone en las manos de la
catequista una garabateada nota que decía “no me esperen, acá en la Parroquia
del Eterno Dolor nos invitaron a una ovípara merienda que, por mis principios y
amor a mi rebaño, no puedo desairar. Mil disculpas”. ¡Válgame Señora de las injusticias!
, exclamaron todos. Quique debe con estos atropellos estar pagando un lote en
el cielo. Sin duda.
Ya sentía Quique la medallita de
la guadalupana colgada al cuello que sin duda hubiera ganado. Pero… masculló por enésima vez lo espeso de su
desdicha.
¿Y Quique? Nada. Nadie, de los
pocos que salían a la ciudad daban cuenta de el niño. ¡Quiqueeeeeeeeeeeeeeeeee!
Y Quique no respondía.
Casi como ahora, expirando el
undécimo mes del año empezaba a “oler” a navidad por la propaganda tremenda
como máquina de guerra deseando matar al prójimo y próximo que atarantado dejó
el “Buen Fin”.
El maestro meses atrás le preguntó si sabía lo que era Navidad y le contó
cabizbajo y muy breve: “fui al campo y traje una rama de copal, de esas que huelen
a templos y a Santos. Mira abuelita –le dije- para adornarla como arbolito de
Navidad”. “Quién lo hará –repuso con
enfado-, ¿tu padre, tus tías o tus primas?”. Al tiempo que escondía la cara
para que no la viera soltar el dolor. “Pa’l próximo año, mijito” le explicó.
Quique iba tomando nota en su cuaderno de frustraciones, y ajado corazón.
Quique en los últimos meses se
estuvo volviendo violento. ¿Sería por tanto que la vida lo había violentado a
él? Peleaba, golpeaba, decía sonoras “malas palabras”, etc. El sufrimiento le
inyecta fuerzas. Hasta se la cobró al “grandote” que lo dejó sin lonche y sin
bolo. ¡Pos cómo no! Cuando sea grande mataré a todo el que me vuelva a
lastimar. Pero ¿en dónde lo estarán lastimando y a quiénes hiere él? Ese
“hogar” se desmembró. Quique perdido, doña Queta en el hospital comunitario por
hernia estomacal, las niñas fueron recogidas por el DIF y el “norteño”, ni sus
luces. Tras casi dos años uno del pueblo creyó reconocerlo y llegó con la
primicia al pueblo. Un rosario de preguntas casi sepultaba al desdichado que se
atrevió a compartir. ¿Dónde lo viste? ¿Cómo está el pobrecito? ¿Qué hace? Antes
ni reparaban en él ni en su abandono. ¡Jamás se sacaron el bocado para dárselo!
Morbo en toda su expresión.
Sobre el pasto de un camellón de
una calle muy harta de circulación: “mirando al sol tendido bocarriba parecía
pedirle clemencia para su abuelita, sus primas y si no cobraba, también para
él. Su esquelética estructura se perdía en el pasto. Un lazo la hacía de cinto,
éste apretaba una parte debió ser pretina de pantalón, lustre inexistente en su
calzado hecho de su piel; tenía toda la suciedad del mundo en el ahora menos
que menudo cuerpo. Fue presa de la droga, primero usado y encaminado al
consumo; cuando empezó a ser desprovisto de fuerza, consciencia, y muchos
etcéteras, fue declarado “inservible” para la causa. Su vecino le dio de beber
unos sorbos de agua y lo movió cerca de un rosal. La segunda vez se acercó muy
juntito. Quique lo “olió a vecino” sin abrir los ojos. Quique, de no ser por la
ingente cantidad de sufrimiento, amargura, dolor, impotencia y odio, que tanto
pesaban, hubiera el viento arrojándolo a otro lugar, pero no, ahí estaba. La
mirada perdida en “punto fuga”. Acerca tu oído a mi poca le pidió al paisano
que tuvo la dicha de encontrarlo de “pura celestial chiripada”. Historia
desgarradora inverosímil, pero capaz de ganar un Oscar si al acetato la
llevaran, “Te contaré cómo son las Navidades allá de donde vengo”. Vinieron
sonidos casi desarticulados e inaudibles: “espérame, déjame darte la bendición
que tu Queta desde el hospital te manda, y con pulgar e índice de la diestra le
dibujó la cruz y murmuró: en el nombre del…” Quique soltó dos lágrimas negras
–dicen que así son las de desgracia-
“Mira, allá dónde voy y vengo
–inició el monólogo a muchas pausas, turas y tirones- hace un frío que cala
‘machín’. Penetra sin permiso. Principalmente a los niños como yo”. Una vez decía:
imaginen que abrazan a su madre. Por eso a veces abrazo el machuelo, y le
reclamo a mi madre. O ya ni sé si tuve o de la tierra broté: porque no me
besaste aunque hubiera sido alguna vez, por qué… me ahorraré los porqués,
vecino. Tampoco como acá abajo hay cobijas, ni desayunos ni calzado. Les gané,
allá sí gané, no extrañé nada, No existe magia de los niños. ¿Un regalo de
Navidad? Ni pensarlo. Tampoco extrañé. Una madre que te mire aunque no sea la
tuya, ¡nel! La sopa para nosotros los olvidados, sigue siendo la de letras.
Volví a cobijarme con la prensa, periódicos y revistas. Busqué las de
asesinatos, descuartizados porque ésas son las más calientes, Igual sonríen los
Santa Claus y los turistas y ¿Sabes?, también nos retratan como si fuéramos
algo excepcional, no, somos millones. El gordo, como el de acá, el de intenso
rojo como su alegría, intentó abrazarme para la foto, “¡allá por qué no me
abrazaste!” Alcé la voz por mi Ghetto, es nuestro barrio, es minoritario por lo
que recibe y mayoritario por los que somos. Mira, si un día hubiera una
revolución en el cielo uno a uno, cada miembro VIP, se trenzaría contra un
millón.
Al lado de los buenos había un
nacimiento del tamaño de la miseria terrenal con personajes de bulto. Acá ya ni
Paxtle (heno) hay. Paisano –le decía- ¿sabes si yo algún día nací, tuve edad,
madre? ¡No respondas! Para el hacedor del cielo, del mundo sí hubo Paxtle para
formar su cama. ¿Por qué no lo tienden sobre la portada de Proceso de
diciembre? Ahí está sonriente chapeteado, ajeno a todo lo que le ocurre al
mundo de nosotros. Por qué no lo bajan aunque sea sólo un día pa’ que sepa ”qué
Santo es la Virgen”. Quisiera saber quién inventó las letras de la palabra
NAVIDAD. Dios de mi vida, sólo son cinco, y tan cargadas de abyección, discriminación,
exclusión, más todo lo podrido que imagines. Lo dijo yo, Quique, que soy el
único en la historia de la “deshumanidad” que ha estado arriba y abajo
simultáneamente. En esto sí que “nomás mi chicharrón tronó”.
Gracias vecino por permitirme
envenenar tu corazón. Va el pilón, como el que el tendero nunca dio a mi abuela porque mi Quetita nunca tuvo para pagarle completo. “Los marginales
entonábamos: En el nombre del cieeeeelooo, os pido POSAAAAAADA…” No hay Jesús, menos María, tú, tu vida y yo, la mía”. Sabes qué, ya nos querían regresar.
Dijimos nooooooooooo, ya vamos a cambiar.
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