sábado, 25 de diciembre de 2021

Quique, otra Navidad sin Ti

 

Cuento ganador del 1er, lugar en el concurso:
"Cuento Navideño", convocado por la Revista Q.Victory


Autor: Juan Rosales Contreras

El Membrillal, municipio de Abandono Perpetuo, Jalisco, es una comunidad apacible, muy distante de todo. En un marginal punto del pueblo se erigía orgullosa una escuelita rural llamada “Solidaridad”; ignoro si fue fundada en el año del bicentenario (2010), pero así la bautizaron.
QUIQUE era un niño de escasa una década de “vida”. Noble, sencillo, con un rostro adecuado para dibujarle la sonrisa o esculpirle de lleno la alegría. Dice mi amigo Edgar, su maestro, que no recuerda haberle visto ni siquiera sonreír. Es que siempre hasta ese momento, había sido aporreado por la vida. No le fallaba golpe en su menuda estructura corpórea, ¡qué tino tenía!

Lo casi poético y restablecedor que llegaba a la escuela de Quique, a diario, eran oleadas de aire puro, de brisa olorosa a verso, a esperanza, de las no lejanas lagunas de Chapala y Cajititlán, de aquélla por el Oriente y de ésta, por donde el sol, al esconderse, forma hermosos arreboles. Eran cinco nietos, Quique el mayor, hacia abajo cuatro niñas de 8, 6, 4 y 2 años que sus alegres y productivas hijas (dos) le regalaron a doña Queta, la abuelita. La “Dolce Vita” era el oficio de las hijas, que prácticamente, “ni sus luces”.

Quique era alumno de quinto grado. Para iniciar el sexto, pregunté por él y dijo “ni lo inscribieron”, y nada se sabía de él, huyó así como huye la felicidad de los hogares pobres. Ésta fue la primera posta de una infinita ruta de dolor. Algún día de Dios volvió el padre y a la escuela se presentó muy diligente. ¡Qué ajeno a su hijo que ni cuenta se daba, que ya no estaba como alumno!

Cuando encontré a mi amigo me soltó: “Mira, no tenía espacio del cuerpo libre en dónde ponerle la información, ni un poro siquiera vacío. ¡Con razón! Con quién Quique llora, sonríe o juega”, completó mi compañero Edgar ¡Sea por Dios!, rematé yo.

Doña Queta moría de pena ajena cuando su remedo de hijo le contó que había ido a preguntar por el niño al lugar donde debía estar. La Santa Señora le escondió la ausencia de Quique en la escuela, en la casa y en el pueblo. Ella mintió. Siendo blanca de tez, ésta se le tornó púrpura de no supo qué…

Menudo problema a la hora de la comida. Aunque Quique no estaba, el progenitor, se comió la ración del niño y la propia. ¡Qué barbaridad! Era una apología de la desgracia y una alegoría de la “Última Cena” Bíblica.

El tendero bien sabía cómo los números crecían, se inflaban en su rancia libreta: un verdadero vestigio de la Colonial “Tienda de Raya”.

El multicolor, el hombre “Arco Iris” había dicho “al otro lado” que sólo venía a pasar Navidad y se iba “pa’trás”, como dicen muchos en Sonora y Arizona. Suponemos que los únicos momentos en que Quique fue feliz ocurrieron a la hora del recreo, espacio donde un puño contra otro jugaban fútbol. Él pisaba la pelota y no iniciaba hasta que él la rodaba. Así deseaba aprisionar tan sólo para él la esquiva felicidad.

Sus pies casi desnudos; eran sus huaraches arañas literalmente, con un recuerdo de llanta de carro. Aun así, éstos le daban felicidad de anotar un gol; le daba con rencor como si a la pelota se las quisiera cobrar todas. La Santa Quetita les profería a sus nietos más ternura de la que tenía. Era amor leal, no “samaritano”. A Quique, por hombrecito y más grande, de esto también le tocaba menos, él no entendía esto. Y para sí murmuraba “hasta las caricias se me niegan”.

Quique nació sin estrella, vean (lean):

Sería su primer posada al estilo escolar, sin villancicos por prescripción constitucional. Llegó el Supervisor Escolar, se llevó de urgencia al maestro, y el pequeño refrigerio y los desnutridos bolos, fueron encargados al alumno mayor. Éste repartió por estaturas, y Quique era el tercero más alto, a los tres últimos les tocó ¡Nada! La inflamada bolsa que contenía los bolos y los lonches no dio pa’ más. De haberle tocado hubiese sido una pizca de alegría y humectante en su blanquecina boca.

En otra ocasión ésta se la refirió posteriormente la abuelita al maestro, cuando se dio cuenta de que la suerte lo había abandonado se preparaban en el catecismo en el templo de EL SEÑOR DEL SUFRIMIENTO, que les correspondía, para demostrarle al Obispo de la diócesis que eran capaces de recitar toda la Ley de Dios. Les anunciaron premios y demás. Quique fue ayudado a memorizar los Mandamientos de esa ley. Esas letanías las dominaba, y a él el deseo de recibir el premio. De repente arribo agitado una avanzada a nombre del Sr. Obispo. Pone en las manos de la catequista una garabateada nota que decía “no me esperen, acá en la Parroquia del Eterno Dolor nos invitaron a una ovípara merienda que, por mis principios y amor a mi rebaño, no puedo desairar. Mil disculpas”. ¡Válgame Señora de las injusticias! , exclamaron todos. Quique debe con estos atropellos estar pagando un lote en el cielo. Sin duda.

Ya sentía Quique la medallita de la guadalupana colgada al cuello que sin duda hubiera ganado. Pero…  masculló por enésima vez lo espeso de su desdicha.

¿Y Quique? Nada. Nadie, de los pocos que salían a la ciudad daban cuenta de el niño. ¡Quiqueeeeeeeeeeeeeeeeee! Y Quique no respondía.

Casi como ahora, expirando el undécimo mes del año empezaba a “oler” a navidad por la propaganda tremenda como máquina de guerra deseando matar al prójimo y próximo que atarantado dejó el “Buen Fin”.
El maestro meses atrás le preguntó si sabía lo que era Navidad y le contó cabizbajo y muy breve: “fui al campo y traje una rama de copal, de esas que huelen a templos y a Santos. Mira abuelita –le dije- para adornarla como arbolito de Navidad”.  “Quién lo hará –repuso con enfado-, ¿tu padre, tus tías o tus primas?”. Al tiempo que escondía la cara para que no la viera soltar el dolor. “Pa’l próximo año, mijito” le explicó. Quique iba tomando nota en su cuaderno de frustraciones, y ajado corazón.

Quique en los últimos meses se estuvo volviendo violento. ¿Sería por tanto que la vida lo había violentado a él? Peleaba, golpeaba, decía sonoras “malas palabras”, etc. El sufrimiento le inyecta fuerzas. Hasta se la cobró al “grandote” que lo dejó sin lonche y sin bolo. ¡Pos cómo no! Cuando sea grande mataré a todo el que me vuelva a lastimar. Pero ¿en dónde lo estarán lastimando y a quiénes hiere él? Ese “hogar” se desmembró. Quique perdido, doña Queta en el hospital comunitario por hernia estomacal, las niñas fueron recogidas por el DIF y el “norteño”, ni sus luces. Tras casi dos años uno del pueblo creyó reconocerlo y llegó con la primicia al pueblo. Un rosario de preguntas casi sepultaba al desdichado que se atrevió a compartir. ¿Dónde lo viste? ¿Cómo está el pobrecito? ¿Qué hace? Antes ni reparaban en él ni en su abandono. ¡Jamás se sacaron el bocado para dárselo! Morbo en toda su expresión.

Sobre el pasto de un camellón de una calle muy harta de circulación: “mirando al sol tendido bocarriba parecía pedirle clemencia para su abuelita, sus primas y si no cobraba, también para él. Su esquelética estructura se perdía en el pasto. Un lazo la hacía de cinto, éste apretaba una parte debió ser pretina de pantalón, lustre inexistente en su calzado hecho de su piel; tenía toda la suciedad del mundo en el ahora menos que menudo cuerpo. Fue presa de la droga, primero usado y encaminado al consumo; cuando empezó a ser desprovisto de fuerza, consciencia, y muchos etcéteras, fue declarado “inservible” para la causa. Su vecino le dio de beber unos sorbos de agua y lo movió cerca de un rosal. La segunda vez se acercó muy juntito. Quique lo “olió a vecino” sin abrir los ojos. Quique, de no ser por la ingente cantidad de sufrimiento, amargura, dolor, impotencia y odio, que tanto pesaban, hubiera el viento arrojándolo a otro lugar, pero no, ahí estaba. La mirada perdida en “punto fuga”. Acerca tu oído a mi poca le pidió al paisano que tuvo la dicha de encontrarlo de “pura celestial chiripada”. Historia desgarradora inverosímil, pero capaz de ganar un Oscar si al acetato la llevaran, “Te contaré cómo son las Navidades allá de donde vengo”. Vinieron sonidos casi desarticulados e inaudibles: “espérame, déjame darte la bendición que tu Queta desde el hospital te manda, y con pulgar e índice de la diestra le dibujó la cruz y murmuró: en el nombre del…” Quique soltó dos lágrimas negras –dicen que así son las de desgracia-

“Mira, allá dónde voy y vengo –inició el monólogo a muchas pausas, turas y tirones- hace un frío que cala ‘machín’. Penetra sin permiso. Principalmente a los niños como yo”. Una vez decía: imaginen que abrazan a su madre. Por eso a veces abrazo el machuelo, y le reclamo a mi madre. O ya ni sé si tuve o de la tierra broté: porque no me besaste aunque hubiera sido alguna vez, por qué… me ahorraré los porqués, vecino. Tampoco como acá abajo hay cobijas, ni desayunos ni calzado. Les gané, allá sí gané, no extrañé nada, No existe magia de los niños. ¿Un regalo de Navidad? Ni pensarlo. Tampoco extrañé. Una madre que te mire aunque no sea la tuya, ¡nel! La sopa para nosotros los olvidados, sigue siendo la de letras. Volví a cobijarme con la prensa, periódicos y revistas. Busqué las de asesinatos, descuartizados porque ésas son las más calientes, Igual sonríen los Santa Claus y los turistas y ¿Sabes?, también nos retratan como si fuéramos algo excepcional, no, somos millones. El gordo, como el de acá, el de intenso rojo como su alegría, intentó abrazarme para la foto, “¡allá por qué no me abrazaste!” Alcé la voz por mi Ghetto, es nuestro barrio, es minoritario por lo que recibe y mayoritario por los que somos. Mira, si un día hubiera una revolución en el cielo uno a uno, cada miembro VIP, se trenzaría contra un millón.

Al lado de los buenos había un nacimiento del tamaño de la miseria terrenal con personajes de bulto. Acá ya ni Paxtle (heno) hay. Paisano –le decía- ¿sabes si yo algún día nací, tuve edad, madre? ¡No respondas! Para el hacedor del cielo, del mundo sí hubo Paxtle para formar su cama. ¿Por qué no lo tienden sobre la portada de Proceso de diciembre? Ahí está sonriente chapeteado, ajeno a todo lo que le ocurre al mundo de nosotros. Por qué no lo bajan aunque sea sólo un día pa’ que sepa ”qué Santo es la Virgen”. Quisiera saber quién inventó las letras de la palabra NAVIDAD. Dios de mi vida, sólo son cinco, y tan cargadas de abyección, discriminación, exclusión, más todo lo podrido que imagines. Lo dijo yo, Quique, que soy el único en la historia de la “deshumanidad” que ha estado arriba y abajo simultáneamente. En esto sí que “nomás mi chicharrón tronó”.

Gracias vecino por permitirme envenenar tu corazón. Va el pilón, como el que el tendero nunca dio a mi abuela porque mi Quetita nunca tuvo para pagarle completo. “Los marginales entonábamos: En el nombre del cieeeeelooo, os pido POSAAAAAADA…” No hay Jesús, menos María, tú, tu vida y yo, la mía”. Sabes qué, ya nos querían regresar. Dijimos nooooooooooo, ya vamos a cambiar.


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