lunes, 22 de junio de 2020

Redes sociales, ¿comunicación?


Por: José Ruíz Mercado.
La comunicación en los últimos años cada vez es mayor. Tenemos al alcance todo un universo informático con sólo apretar un botón (en ocasiones ni eso) Se terminaron los años cuando las idas a la biblioteca se convirtieron en las salidas de casa.
   Fueron tiempos de novela, o por lo menos de un cuento fantástico. Divertido llegar con cuaderno, lápiz, llenar la ficha para llevarla con la bibliotecaria estrella: Pelo recogido, peineta de coral, lentes, mangas, una mirada penetrante, lápiz a la mano para hacer las correcciones ortográficas.
   Dependía del material solicitado el lugar donde te mandaba sentar. Largas mesas de madera, bancas igual de largas. Pesadas. Si tu asistencia era por la tarde, el olor a aula doce del día seguía en el ambiente. En cambio, si era por la mañana, o el sábado, olía a jabón, a perfume de los que ofrecían en los baños públicos. Adultos mayores en la lectura de los diarios, universitarios con libros especializados. Algunos entraban a salones especiales de lectura: los cubículos. Todo un mundo de sueños. Más de alguna vez, en mi mente de primaria, desee ser mayor para entrar en uno de ellos.
   Cada vez mayor la comunicación de nuestros días, sí, pero no de calidad. Y no es nostalgia, no, es falla en el método. Esa clase de Metodología de la Investigación, la cual decíamos era aburrida ¿Para qué hacer tantas fichas? ¿Para qué tantas citas? ¿Para qué la ética?
   Si, para qué la ética. Habíamos crecido con la copia de una ficha, nadie nos había enseñado a que tenía un autor. Compre una cartita, nos decía la maestra (en la primaria, salvo el de deportes y uno en sexto, eran maestras: la seño, y en los colegios caros, la miss) En cuarto era complementar la cartita con la ida a la biblioteca. Habíamos crecido y teníamos una responsabilidad: Ir solos a la biblioteca.
   La tarea fue sacar el dato. No importaba el cómo. Al final era responsabilidad de la bibliotecaria darnos la guía, es decir, el libro, la enciclopedia. Ella era la que sabía, así, la que conocía. Por lo tanto tenía la obligación de darnos el dato correcto. Y así crecimos sin responsabilidad intelectual, sin ética, sin método. La premisa. El maestro también fue educado.
   Los psicólogos de la comunicación nos mencionan esa relación existente entre quien emite un mensaje y quién lo recibe. De los grados en la calidad del mismo ¿Qué quiero escuchar? ¿A quién quiero comunicar? Entre estas dos actitudes se encuentra implícita una aptitud.
   Los sociólogos realizan dichas preguntas a los grupos sociales y su relación colectiva. Ese “qué quiero…” depende de las necesidades del colectivo, digamos, el inconciente colectivo, lo mismo para el “a quién” Entonces el objeto de estudio se centra en un sector de la población. Ambos, psicólogos y sociólogos enfocan su trabajo y se auxilian entre sí: La Sociedad del Conocimiento.
   Las redes sociales son los objetos a estudiar. Ya no es tanto la comunicación por sí misma, es decir, lo cuantitativo y cualitativo, sino, el actuante, el nivel de respuesta, la necesidad de escuchar lo que yo quiero escuchar. No me interesa conocer, ni saber, lo que me interesa es quién dice lo que yo quiero que diga. Entonces se hacen grupos de “opinión” en dónde lo menos importante es el otro, con que esté mi alter ego ya la hice. Me siento realizado. El concepto de otredad como conocimiento de mí mismo se niega. No hay avance, pero tampoco retroceso, todo se estanca.
   Pero, cuidado, no son las redes sociales las responsables. No son divinidades de la época informática. Alguien las está usando. Tienen un usuario con un complejo de identidad bastante acendrado. Es muy dado en estos terrenos, por la educación idealista, por la falla en una educación en donde se olvidaron de la responsabilidad individual, culpar al otro (El ejemplo de la bibliotecaria (toda llena de sabiduría) como diccionario pleno) de nuestra conducta.
   ¿Fallo de método? ¿Confusión de contenidos? ¿Pretender catalogar a todos en un mismo costal? ¿Cuándo hablo de asistir a la biblioteca como un logro? En mi experiencia personal fue un logro que me permitieran asistir solo. Mi padre en un principio me acompañó, y juntos hacíamos las lecturas, y separados leíamos los libros elegidos (Yo a Julio Verne, después a Dickens; él a los novelistas rusos); pero hubo compañeros quienes jamás pisaron una biblioteca, laboraban para el negocio familiar. Los grupos sociales, no los generacionales. Muchos de mis compañeros no asistentes, estaban (están) a un nivel económico superior.
¿Entonces el conflicto del receptor radica en la ausencia de la otredad? ¿Ésta se manifiesta a partir del emisor? ¿De ambos? ¿De un exceso de egolatría? ¿Podríamos llamarla falta de identidad? Tener envidia es no reconocer la ausencia.
Cuna hace historia. Me encanta leer a Jung una y otra vez. Como me encanta Simone de Beauvoir, Sartre, más que a Camus. En estos días (con la buena fortuna como posibilidad) de reflexión me lleva a revisar los momentos de la historia, sus múltiples lenguajes. Y las redes sociales forman parte de estos.
   ¿Cuántas palabras se adhieren al lenguaje? ¿Cuántos usuarios del lenguaje se han enterado? Algo similar sucedió en el periodo barroco, ubiquémoslo en el llamado Siglo de Oro Español. El castellano, ese idioma oscuro de castillos y leyendas se enriqueció con el árabe, la musicalidad morisca, recordemos las jarchas, esa estructura poética. Luego los galicismos, y el portugués para enseguida adentrarse en la gramática latina ¿Qué sería Quevedo y Góngora sin ésta? Después Juan Ruiz de Alarcón y Sor Juana, para luego enriquecerse con africanismos y nahuatlismos. Y todo por una guerra ideológica con fundamentos teológicos.
   Y si hoy en día difícil de entender es esto, y a nombre del Quijote se siguen mencionando tantas frases fuera de contexto, más difícil entonces es comprender esto de las redes sociales, sus nuevas palabras, el posible enriquecimiento idiomático, o simple y llanamente sacar a la luz el analfabetismo de los usuarios, y por lo tanto ya tener una ganancia, principalmente para los educadores, los politólogos (más no los políticos), los sociólogos, psicólogos, lingüistas, artistas; todos en una Sociedad del Conocimiento.
¿Cuántas palabras estamos usando sin saber su proveniencia? Sanitizar, por ejemplo, no es una palabra del español. Es un término de la Academia de Oxford, el cual significa limpiar algunas capas bacterianas para así, en la medida de lo posible, evitar la acumulación de virus.
   Luego, ese anglicismo fake news con el cual gustan de jugar algunos usuarios de las redes, en lugar de paparrucha, o bolo, el cual además se presta para un rico juego de palabras: ¡Que no te estén boleando! ¿Cuántas llegarán a enriquecer el idioma y cuántas se quedarán como muestra de un momento de la historia?
   La calidad en la comunicación, ya lo afirmaron los lingüistas, está en la sintonía sígnica. Y entonces una frase como: Creíamos que no llegaría, pensamos egoístamente, no nos unimos. Tendrá significados diversos. Incluso encontrados, incluso negados. Haga la prueba, yo ya la hice. Esto se llama “discurso abierto” Precisamente cuando una frase, una obra, tiene múltiples lecturas. De ahí las bases de la universalidad del arte.
   Por cierto ¿Ya leyó “La Obra Abierta”? Se la recomiendo.

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