LA FORTUNA AJENA
Si algo nos caracteriza a las personas es que lejos
de sólo buscar tomar decisiones por y para nosotros, lo hacemos por terceros,
dándose incluso el caso de pretender vivir por ellos de acuerdo con nuestras
prioridades; es decir, asumir que ellos vivan sus vidas, atendiendo a nuestras
metas, no a las de ellos.
En consecuencia, no resulta extraño que cada que nos
reunimos a celebrar las fiestas de inicio y fin de año, comemos uvas y pedimos
deseos, exterioricemos pretensiones y compromisos para otros y de lo referente
a nosotros, sólo establezcamos metas genéricas y ambiguas, que no tenemos
intereses en precisar bajo la excusa de que se pueden “salar”.
Es obvio que esto no aplica para terceros; toda vez
que al cuestionar a otros sobre la razón para actuar así e involucrarnos con
otros destinos, no faltan justificaciones para establecer la premisa que ellos no
saben que quieren y es “sólo para ayudarlos”. Reitero, su interés no es
influenciar a otros en forma alguna en sus vidas, sólo se trata de una mera
orientación “por su bien”.
Y vaya que da para la discusión actuar “por el bien” de otros, ya que lo
primero que me vendría a la mente es “¿quién nos hace superiores para influir
en la vida de los demás?
Lo que antes terminaba con expresiones tales como “no seas metiche” o “déjalos vivir”, hoy pareciera ser argumento
de peso para validar entrometernos en la vida de alguien, ya que pareciera que un
“ente etéreo y externo”, es él
que nos hace indicados para ello.
¿Qué tan aceptable es para ti que alguien te recomiende que hacer “por tu bien”?
TAN EXTRAÑO
Lo increíble de esta forma de interactuar es el
hecho de que las personas lo convierten en un hábito, de tal manera que el
hecho de opinar sobre la vida de otros es “derecho divino” y como consecuencia de ello, el pretexto “legítimo” para influir en cualquier
tema que competa a la persona.
Lo que el sentido común indicaría que se tratan de
“acciones invasivas contrarias a cualquier sana convivencia”, ellos lo
erradican “la buena voluntad” que
tanto han desarrollado en su naturaleza humana.
En ese tenor, resulta que como personas no solo
tenemos que lidiar con familiares, amigos o compañeros en nuestras múltiples
relaciones cotidianas, sino también con esos “mentores iluminados” que no hemos elegido, pero a ellos no
parece importarles.
Los consejos no pedidos de repente los convierten en
mandatos impositivos y elementos para juzgarnos a los destinatarios de ellos,
los hayamos o no recibido; de tal manera que lejos de construir sobre bases
ciertas, la monserga verbal recibida puede convertirse en un fango en el que
cualquiera puede resbalar.
En fin, darle valor a lo que no lo tiene es confirmación
para continuar en el embrollo, bajo este contexto, ¿eres libre en tu
actuar?
FACTORES QUE SUMAN
Bajo la premisa de que “todo lo que no suma, resta”, entenderíamos que opiniones no
pedidas, consejos no requeridos, imposiciones no convenidas, son elementos
prescindibles para nuestras actividades.
Como dijeran en casa los mayores durante nuestra
infancia, “salvo el mítico Atlas, no
conocemos personas tan fuertes que en sus espaldas soporten el peso del mundo”.
Y como su decir era ley, es básico para nosotros entenderlo y no pretender atender
la voz de otros o bien, cederles espacio de nuestras mentes.
“No hay razón a que otros
pretendan vivir nuestras vidas si no están en nuestros zapatos”.
Las palabras tendrán una justa dimensión cuando hay
razón para su existencia; los caprichos no validan absolutamente nada y lo
único que logran es distraernos de nuestras prioridades.
Con seguridad, en más de una ocasión la vida nos ha
mostrado que todas aquellas personas que en su vida han aportado por
convicción, difícilmente lo harán por generación espontánea; en consecuencia,
no tenemos por qué darles nuestra atención a quienes tienen nula intención de
engrandecernos y si mucha soberbia para pavonearse.
Aprender a distinguir lo verdaderamente importante
de lo ornamental o trascendente, facilitará nuestra toma de decisiones.
Hay
quienes viven para contribuir, así como los hay para destruir, ¿a quién prefieres a tu lado?
PETICIONES LEGÍTIMAS
Ahora bien, si bien es válido desear y llenarnos de
ilusiones, sueños y metas para cumplir para los siguientes doce meses, ¿cuál es la actitud adecuada para llevarlos
a cabo?
Tan válido es anhelar que todos lo hacemos; sin
embargo, cuando se trata de acciones en consecuencia que nos lleven a
comprometernos, ya no resultan tan atractivas tales pretensiones.
Todos estamos dispuestos a pedir a las divinidades,
al destino o a un ente mágico que se logren nuestros sueños; no obstante, que
difícil es tener la convicción de lograrlos con nuestro propio esfuerzo.
Seguro todos cambiaríamos o generaríamos riqueza si
sólo dependiera de un pedido a una lámpara fantástica; la cual omitiera el uso
de palabras como “esfuerzo”, “trabajo”, “preparación”.
Esto que parece tan lógico, resulta que es lo
ilógico de las intenciones que se tienen al iniciar una nueva etapa de la vida.
Querer, pretender, anhelar, imaginar son verbos que se conjugan en aras de un
futuro fácil que prescinde de hacer que las cosas sucedan en el presente.
Ante tal vorágine de fantasías, quienes hablamos de
esfuerzo, constancia y entrega usualmente somos tachados por negativos; máxime
que se trata de un ambiente místico, ideal para postular sin ofertar nada a
cambio.
Desde luego, no se trata de asumir, ni las conductas,
ni los modales del Grinch, personaje favorito del Dr. Seuss; pero, si se trata
de entender que nada en esta vida es gratis y si algo llega a nuestra vida sin
esfuerzo directo, es porque a otros les ha costado. Ver en los premios una
recompensa a la disciplina y tarea cumplida, es una forma legítima de construir
un presente sólido.
En tu forma de ver la vida, ¿te gusta que la vida te regale oportunidades?
DE SABIDURÍA
Cuando he tenido oportunidad de integrarme a charlas
con adultos mayores y ante las dinámicas que se siguen para lograr un adecuado
convivio, me gusta escuchar que sus mayores peticiones no sólo atienden a salud
o a fortalecer algunos de sus sentidos disminuidos, sino que se refieren a
cosas que con menor edad solemos pasar por alto. Escuchar que celebren que haya
más luz, trinar de pájaros, viento fresco en sus caras u olor a vegetación
llenando sus pulmones son actos que presenciamos y nunca valoramos, hasta el
momento que la vida nos llena de sabiduría.
Difícilmente ellos desearán un coche último modelo o
un dispositivo digital de reciente generación; por el contrario, disfrutarán de
la grandeza de lo sencillo que está siempre a nuestra vista.
Ante esta forma de pensar, surgen cuestionamientos
que nos llevan a reflexionar: ¿qué
tanto necesitamos desear para ser realmente seres humanos?, ¿en qué momento la
pretensión de acumular riqueza deja de ser prioridad?, ¿cuándo descubrimos que
el mayor abrigo que podemos requerir es el de una sonrisa que apapache nuestra
alma? Y si esto es tan sencillo de comprender, ¿cuál es la razón para no
escuchar tales peticiones en los brindis de fin de año?
De tus días recientes, ¿ESCUCHASTE ALGUNA PETICIÓN QUE TE MOVIERA EL ALMA?
Posdata:
Agradezco ser considerado
para el “Premio Mundial Águila de Oro a la Excelencia Periodística” otorgado
por la Unión Hispanoamericana de Escritores y Mil Mentes por México.
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