En Betfagé, frente al Monte de
los Olivos, hace muchos, muchos años existió una aldea fuera de lo común, ya
que todos los animales conversaban entre sí. Todas las mañanas la actividad se
veía por doquier: camellos, caballos, burros y bueyes hacían menos pesada la
actividad de los humanos.
En un corral de aquella aldea vivía Yino,
un pollino que anhelaba serle útil a su amo. Como el animalito era demasiado
flaco, Abiud, su dueño, no permitía que fuese montado porque pensaba que podría
lastimarse. Por esa razón, Yino veía con tristeza cómo los de su especie
trabajaban alegremente.
Una mañana, Efraín, el hijo menor de Abiud cumplió años. Para celebrarlo
organizó una fiesta, invitando a todos los niños de las aldeas circunvecinas. Esa
tarde, como buen anfitrión, Abiud ordenó a la servidumbre que sacara de los
corrales a los hijos de los animales, para que los pequeñines se divirtieran
montándolos. Como el mozo al que se le encomendó esa tarea tenía pocos días
trabajando con Abiud, llevó a Yino al
jardín. El borrico al verse rodeado de
niños se puso muy contento.
-Al
fin tendré la dicha de ser útil -, pensó el pollino.
Sin embargo, los padres de aquellos niños al ver la enclenque complexión
de Yino, retiraban alarmados a sus hijos.
-Además- repuso otro- es tan feo que Abiud debería sacrificarlo.-
Esa noche después del festejo, Yino rebuznaba de tristeza. Abiud, quien
lo tenía por compasión lo escuchó y fue al corral.
-¿Qué
te sucede Yino? Tu rebuzno es más triste que de costumbre.
Pero, Yino sólo lo veía con mirada suplicante, tratando de darse a entender que quería ser útil. Sin embargo, Abiud no tenía sensibilidad para comprender el sencillo lenguaje de los animales.
Capítulo
II
Una tarde, un hombre de mirada bondadosa y dulce sonrisa visitó a Abiud.
En cuanto el extraño vio al pollino lo acarició con ternura.
-Pobre de Yino- expresó Abiud-,
por más que lo alimento no engorda. Miradlo, está tan flaco que ni yo deseo
montarlo.
-Le ves defectos porque las rendijas de tu alma están tapadas de prejuicios; fe y paciencia son virtudes que necesitas aprender.
Por algunos minutos, el Mesías siguió mencionando virtudes que Abiud no
había descubierto en el pollino.
-Y
qué decir de las orejas, no he visto par más esbeltas que las suyas.
-Maestro
estoy sorprendido de tu sabiduría: ¡hasta en la fealdad encuentras belleza!
Capítulo
III
Una noche, los animalitos de esa
aldea tuvieron junta porque se habían enterado que un rey necesitaba del
servicio de uno de ellos.
-Sí; me refiero a Jesús de Nazaret.
Por varios minutos, los animales de aquella aldea siguieron comentando
sobre la misteriosa visita del hombre alado. Sin embargo, Yino se sentía tan
opacado que sólo se limitaba a observarlos.
Pero lo que Yino no se había dado cuenta
era que en el corazón de aquellos animales se había albergado el orgullo, pues
se disputaban el privilegio de llevar en el lomo al mencionado monarca. Yino
los miraba con tristeza.
-¡Ah, sí tan sólo fuese escogido
para transportar a un sirviente de ese rey, sería el pollino más feliz del
mundo. Pero nadie se fijaría en alguien tan flaco y feo como yo.
Capítulo IV
Una madrugada, la aldea de Abiud
se incendió. Como las llamas se habían propagado hasta el corral, los mozos
dejaron libres a los animales.
-¡Mi hijo duerme solo, se va a
quemar!- gritó Abiud quien regresaba de Betania.
Yino amaba tanto a su amo que no quiso verlo sufrir. Con las patas
traseras reparó en la puerta de entrada de la habitación donde el hijo de Abiud
dormía. Abriéndose paso entre las llamas, entró en busca del niño. Poco
después, el muchacho salía llorando.
Los primeros rayos del sol sorprendieron a
Abiud y a su hijo quienes contemplaban el inerte cuerpo del pollino.
-Pobrecito de Yino- dijo el
niño-, nunca quise montarlo, pues estaba tan feo y tan flaco que me avergonzaba
de él. Bu, bu, bu.
Jesús que por ahí pasaba, se acercó. Al ver
las lágrimas del niño se conmovió. ”Dejad de llorar, pequeño; el pollino sólo
duerme”.
El Mesías posó la mano en la
cabeza del animal y dijo: “Despierta Yino, que tu misión aún no se ha
cumplido”.
Y como si nada hubiese pasado, Yino abrió los ojos. En seguida, se
acercó a Jesús, y como muestra de gratitud le lamió las manos. Lo mismo hizo
con sus amos.
-¡Milagro! ¡Milagro!- exclamaba la servidumbre.
Capítulo V
Abiud estaba tan agradecido con Yino, que lo
cuidaba con mayor esmero. Tanto amor recibía el animalito, que pronto su
enclenque figura desapareció. Una tarde, al verlo con mayor vigor, Abiud lo
sacó del corral para que lo ayudase en las faenas del campo. Poco después de
haberlo atado afuera de la puerta, por el recodo del camino, dos hombres se
acercaron y lo dejaron libre.
-El
pollino es mío, ¿por qué se lo llevan? – repuso Abiud.
-El
Maestro lo necesita- contestó uno de ellos.
-De
acuerdo- respondió Abiud con una sonrisa en los labios.
Aquellos individuos que eran discípulos de Jesús, pusieron sus mantos en
el lomo del pollino y lo llevaron a Jerusalén. Poco después, el Mesías lo
montaba. Y mientras se dirigían a su destino, el Divino Maestro le dijo:
-Mi querido Yino, al igual que
tú, yo también ofrendaré mi vida. Pero no por el amor a un solo hombre, sino
por amor a toda la humanidad.
Minutos después, la muchedumbre cortaba
remas de los árboles y las tendían por el camino. Quienes iban por delante y
los que venían detrás alababan al Cristo.
-¡Hosanna
en las alturas! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Así, Yino conoció la dicha de servir. Por el
camino, el noble animalito rebuznaba de alegría.
Esa noche, en el corral de Abiud, Jesús
acariciaba la cabeza de aquel humilde pollino, en tanto, un rayito de luz
iluminaba la cabeza de aquel humilde burrito.
Muchos siglos después, un hombre llamado
Francisco de Asís descubrió un documento donde se relatan los hechos de la
historia de Yino, y se le ocurrió hacer cada Navidad el primer Nacimiento en su
lugar de origen. Desde ese entonces, varios países adoptaron dicho evento
haciéndolo una tradición. Cabe destacar que, nunca falta un burro en cada
Nacimiento, honrando así la memoria de Yino.
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