Cuento participante en el 1er concurso
"Cuento Navideño", convocado por la Revista Q.Victory
Autor: Livier Ortega Becerra
Una mañana, en vísperas de noche buena, la familia Rivera estaba en la cocina;
el señor Daniel, junto con sus pequeños hijos: Raquel, Juan y Gabriela, sentados esperaban el desayuno. La señora Sara, esposa de Daniel, colocó unas piezas de pan sobre la mesa.
-Apúrate con el desayuno mujer, que ya me tengo que ir a trabajar - dijo el señor Daniel.
Mientras que la señora Sara, de pie, servía los platos con comida y leche en pequeños vasos de plástico, midiendo las proporciones en partes iguales, el señor Daniel la miraba desesperado.
Al terminar de servir, Daniel tomó un vaso de leche casi arrebatándolo de las manos de Sara. La señora Sara se sentó a la mesa y comenzó a hacer una oración para bendecir los alimentos. Daniel comía de prisa, la Sra. Sara tomó su vaso de leche y dio un sorbo lentamente, su rostro afligido; el hombre la miraba callado con rostro malhumorado.
-Deben estar contentos hoy, aquí no quiero caras largas, va a ser navidad. -Dijo don Daniel, mientras masticaba un trozo de pan y sonreía sarcásticamente.
Los niños jugueteaban sobre la mesa, haciendo competencia con los alimentos.
-Vamos a ver quién termina primero.- Dijo Gabriela.
-Yo gano- dijo Raquel.Daniel habló a los niños con las palabras retenidas entre dientes, pidiéndoles Silencio.
Los niños siguieron el juego y entonces el SR. DANIEL se levantó molesto, colocó las manos sobre la hebilla de su cinturón, amenazante, mientras les pedía orden. Los niños lo miraron atemorizados y quedaron quietos en un total silencio. Sara callada, agachó la cabeza. Daniel dio su último sorbo al vaso de leche y salió del lugar. La mujer tomo el pan sobrante y lo repartió entre los chamacos.
-Coman hijitos, por favor, ya les he pedido que no jueguen cuando estén en la mesa, a su papá le desespera mucho. Él es bueno, pero las presiones en su trabajo lo traen muy malhumorado últimamente.
Los niños la miraron asintiendo y permanecieron en silencio. Luego de terminar sus alimentos, salieron de la cocina y se fueron a jugar al jardín. Sara recogió la mesa y se dispuso a hacer el quehacer de la casa.
Al buen rato de terminar sus labores, Sara se sentó en un sillón de la sala a descansar, de pronto el señor Daniel apareció y de inmediato se dirigió a la cocina a revisar las cazuelas, que encontró vacías.
-Ve nomás la hora que es y no hay nada de comer! Te la pasas nomás metida en tu celular… -Gritó Daniel desde la cocina. Entró a la sala y se aproximó al sillón junto a Sara y dijo:
-Ya me voy de esta casa, nunca me atienden. Me voy, ¡hasta nunca! - Dijo Daniel muy irritado.
Daniel salió de la casa llevándose una pequeña maleta, la señora Sara quedó desconcertada. Le suplico que no se marchara, Daniel salió dando un portazo.
Ya cuando comenzó a oscurecer, los niños estaban en la sala sentados con Sara. Todo era silencio, la iluminación del lugar provenía de unas extensiones de luces que colgaban de un árbol de navidad colocado junto al sillón en el piso, adornado con un pequeño nacimiento. De pronto Raquel se acercó a su mamá y le entregó un sobre en sus manos hecho con una hoja de papel.
-Mamita, ya le hice mi carta a el niñito Dios!
Sara tomó el sobre y lo colocó junto al árbol. Luego de que los niños se fueron a su cuarto, Sara se acercó al árbol y abrió el sobre y encontró adentro tres corazones y unas letras que decían “para el Niñito Dios”. Sara leyó la carta:
“Querido Niñito, espero que éste año sí puedas traerme un regalito, tu sabes que me he portado bien, hago mis tareas de la escuela, cuido a mis hermanos y mi mamita dice que soy buena hija, pero si no puedes traerme un regalo, por favor a mis hermanitos más pequeños tráeles algo, aunque sea un dulce, para que no se pongan tristes. Con cariño, Raquel”.
Sara colocó el sobre en el árbol y sentándose en el sillón, comenzó a llorar. Los niños al escuchar a su mamá llorando salieron del cuarto, mirándose entre sí.
Juanito se acercó a ella y se acurrucó en su regazo, mirándola tiernamente.
-Mamita, ¿por qué lloras? No llores mamita. Yo te quiero mucho y hoy le voy a pedir al niñito Dios que te traiga muchos regalos para que ya no llores.
Gabriela y Raquel también se acercaron a la señora Sara y todos la abrazaron,
Sara secó sus lágrimas y en su rostro se iluminó una pequeña sonrisa. Le dio un beso en la frente a cada uno y se puso de pie.
-Ahorita regreso mis amores, ya lo había olvidado, voy a traer las cosas que nos faltan para la cena, hay que estar contentos porque hoy es día de fiesta.
Los niños se pusieron felices al ver a su mamá contenta.
-Por lo pronto no se me vayan a salir, chiquitos; Gabriela, cuida a tus hermanitos, no me tardo mucho. - Dijo Sara.
Los niños asintieron con la cabeza y la señora Sara se puso de pie frente al tocador, peino su largo cabello frente a un espejo que estaba sobre la pared, luego dejó el cepillo y abrió el cajón del tocador, sacó un pequeño cofrecito, lo abrió y tomó unas alhajas, las puso en su bolso, cerró el cofre y salió de la casa.
Sara, llevó las alhajas que guardaba por muchos años, como reliquias que su mamá le había heredado, a una casa de empeño y con el dinero que le dieron, fue a comprar comida para preparar la cena. Mientras que los niños la esperaban en casa correteando de un lado a otro jugando.
Juanito traía en sus manos una caja de bengalas agitándola, Gabriela y Raquel, comenzaron a sacar las varitas de bengalas. Gabriela tomo unos cerillos que encontró en la barda a un lado de la estufa y encendió una bengala y luego todos unieron sus bengalas y comenzaron a hacer chispas. Los niños se entretenían con la luz que reflejaban las bengalas.
Más tarde, Sara iba de regreso a casa cuando recibió una llamada de su vecina Marisol. La mujer le comunico a Sara, que en su casa había habido un incendio, que llegaron los bomberos y un montón de patrullas, que una ambulancia se había llevado a los niños al hospital. El rostro de Sara se puso pálido de angustia. La vecina le dio las indicaciones de dónde encontrar a los niños y Sara corrió de inmediato al hospital.
En la sala de espera del hospital, Sara, de pie, frente a la ventanilla de recepción, pedía que la dejaran entrar a ver a sus niños.
-¡Mis criaturas! Por Dios, ¡déjenme entrar! Quiero verlas. Sara gritaba, mientras que una enfermera le pedía que se tranquilizara.
El señor Daniel, que ya tenía rato en el hospital, se aproximó a Sara que estaba en shock y la abrazó. Más tarde les permitieron el acceso a Sara y Daniel al cuarto donde se encontraban sus niños. Sara y Daniel entraron tras de una enfermera, caminando por el largo pasillo; al llegar al dormitorio Sara corrió hacia ellos llenándolos de besos, Daniel entro enseguida tres de ella.
-Papi, no te enojes ni regañes a Juanito, él no quiso tumbar el arbolito, - dijo Raquel al ver a su papá entrar.
-No mi niña. Dijo Daniel y sonrió.
-Ya no jugaremos con los cerillos, - dijo Gabriela.
-Ay mamá, ahora sí el niñito Dios no nos va a traer regalos porque nos portamos mal. Bueno a ti tampoco te trae regalos el niñito Dios, aunque te portes bien verdad mamá? -dijo Juanito.
-No importa el arbolito, ni los regalos, ni nada mis niños. Lo importante es que ustedes están bien. Ese es el mejor regalo. Contestó Raquel mirando a Daniel.
De pronto se escucharon las campanas del reloj marcando la media noche, cantos de felicidad sonaban y las luces brillantes parpadeaban en todo el hospital.
La familia Rivera toda reunida estaba dándose el abrazo, mientras se escuchaban los gritos de -¡FELÍZ NAVIDAD!
El afán por los bienes materiales, nos aleja de disfrutar de los mejores regalos que tenemos en la vida, que son nuestros seres queridos. No antepongamos este valor, compartamos hoy y siempre más que nunca, las virtudes del corazón.
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