Por: José Ruíz Mercado
La
filosofía, en alguna de sus corrientes, al igual que la psicología, cuando se
unen, tiende a formar una estructura cualitativa: Somos parte de un todo fruto
de las relaciones interpersonales en dónde respondemos a circunstancias.
La relación social, la recreación de la
personalidad, gustos, emociones son el fruto de una serie de factores
aparentemente alejados de nosotros ¿Hasta dónde esto es real? ¿Hasta dónde
parte de nuestras decisiones?
Se dice de las amistades. Cada uno escoge
las suyas. Decisión personal. En cambio la familia no ¿Cómo influye esta
determinación? ¿Cuál es el fruto en su análisis? ¿Cómo lo ve la filosofía y la
psicología?
Las corrientes deterministas mencionan una
fuerza externa, todo está escrito y, contra esto nada se puede hacer. Son leyes
escritas. Son determinantes. Los grandes mitos están plagados, recuérdese Edipo,
al igual que las religiones. La problemática del dogma.
En 1936 John Howard Lawson escribió Teoría y
Técnica de la Dramaturgia. Un ensayo, hasta la fecha no superado, reeditado en
1976 en la Ciudad de la Habana, Cuba. Lo retomo para sentar las bases para la
otra corriente, la no determinista. Los postulados.
Más, lo retomo para hacer una revisión de la
historia de las ideas, de una propuesta metodológica de la sociología de la
cultura, en última instancia, un cuestionamiento personal cada día con mayor
fuerza.
Si tomamos como base la fecha de 1936, y
atendemos a lo comentado (Durante estos veinte años…) llegamos a la fecha de
1916. Los años de la Guerra, de la Revolución Rusa, el pleno de la mexicana.
Fueron años de recomposición social. De
epidemias y teorías catastróficas. La gripe española estuvo presente por dos
años. La lucha por dominar el mundo, por parte de las potencias, presente. Y
por supuesto, lo ideológico en un maniqueísmo total.
Lawson, en ese texto, nos comenta de los
autores y, la corriente naciente en el teatro de Broadway en esos años treinta,
pronto a nacer la otra década, la otra entrega bélica, la otra recomposición
social.
Los autores con más ingenio. Más
desenfadados del mundo. Los autores que ganaron los espacios teatrales,
precisamente, por su alternancia al mundo. Los autores del teatro del absurdo
francés.
Vuelvo al texto: “Marx adoptó el método de
la dialéctica de Hegel, pero rechazó la metafísica hegeliana. Era necesario,
según Marx, descubrir la médula racional, dentro de su envoltura mística. En
vez de considerar los fenómenos del mundo real como manifestaciones de la idea
absoluta, dijo que, lo ideal no es otra cosa que lo material, traspuesto y
trascripto dentro de la cabeza de los hombres.”
Entonces, si lo ideal está en “la mente” (o
como Howard lo dice: dentro de la cabeza de los hombres) por lo tanto, la
lectura que nos hacemos del mundo ¿Cómo es que llegamos a dicha lectura?
Volvamos al principio: Somos parte de un
todo fruto de las relaciones interpersonales en dónde respondemos a
circunstancias. Quiero pensar, somos hijos de la época, o bien, saca tu
conflicto, no lo dejes dentro.
Cuando hablamos de la obra de arte, no
estamos enarbolando, ni esgrimiendo, diferencia alguna entre ficción y
realidad, al contrario, la obra de arte responde a la lectura del trabajador de
la cultura y, sólo, cuando lo lleva al pleno, podemos hablar del artista y su
obra de arte. Todo radica en el lenguaje utilizado. En el conocimiento técnico,
en la empatía con el espacio delimitado del autor, en la contundencia del
medio. Así, autor-medio-obra (estructura mediática) se vuelve uno.
Aquí, los conceptos apremian. La falacia,
mencionada una y otra vez, de la ficción supera lo real, o de, cualquier
parecido con la realidad… Para acercarnos a lo tangible cotidiano, la
argumentación debiera ser acerca de la lectura del autor a su entorno.
Las
fallas aparecen cuando minimizamos una idea. Cuando creemos en un postulado
esquemático. Cuando caemos en la predisposición de lo contado. En el
individualismo a ultranza, ese ego en dónde, la máxima es: YO. Ese YO supremo
sin antes ni después.
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