viernes, 11 de diciembre de 2020

¿Y si de nombres vistiéramos?

Por: José Ruíz Mercado

La filosofía, en alguna de sus corrientes, al igual que la psicología, cuando se unen, tiende a formar una estructura cualitativa: Somos parte de un todo fruto de las relaciones interpersonales en dónde respondemos a circunstancias.

   La relación social, la recreación de la personalidad, gustos, emociones son el fruto de una serie de factores aparentemente alejados de nosotros ¿Hasta dónde esto es real? ¿Hasta dónde parte de nuestras decisiones?

   Se dice de las amistades. Cada uno escoge las suyas. Decisión personal. En cambio la familia no ¿Cómo influye esta determinación? ¿Cuál es el fruto en su análisis? ¿Cómo lo ve la filosofía y la psicología?

   Las corrientes deterministas mencionan una fuerza externa, todo está escrito y, contra esto nada se puede hacer. Son leyes escritas. Son determinantes. Los grandes mitos están plagados, recuérdese Edipo, al igual que las religiones. La problemática del dogma.

   En 1936 John Howard Lawson escribió Teoría y Técnica de la Dramaturgia. Un ensayo, hasta la fecha no superado, reeditado en 1976 en la Ciudad de la Habana, Cuba. Lo retomo para sentar las bases para la otra corriente, la no determinista. Los postulados. 
Más, lo retomo para hacer una revisión de la historia de las ideas, de una propuesta metodológica de la sociología de la cultura, en última instancia, un cuestionamiento personal cada día con mayor fuerza.

   Escribió Howard Lawson: “Durante estos veinte años, Marx y Engels daban forma a la filosofía que iba a guiar la trayectoria del movimiento de la clase obrera. Con demasiada frecuencia se cree que el marxismo es un dogma mecánico que intenta reducir al hombre y a la naturaleza a un estrecho determinismo económico. Quienes esto sostienen, evidentemente, no conocen los extensos trabajos filosóficos de Marx y Engels, ni la base de su doctrina económica”

   Si tomamos como base la fecha de 1936, y atendemos a lo comentado (Durante estos veinte años…) llegamos a la fecha de 1916. Los años de la Guerra, de la Revolución Rusa, el pleno de la mexicana.

   Fueron años de recomposición social. De epidemias y teorías catastróficas. La gripe española estuvo presente por dos años. La lucha por dominar el mundo, por parte de las potencias, presente. Y por supuesto, lo ideológico en un maniqueísmo total.

   Lawson, en ese texto, nos comenta de los autores y, la corriente naciente en el teatro de Broadway en esos años treinta, pronto a nacer la otra década, la otra entrega bélica, la otra recomposición social.

   Los autores con más ingenio. Más desenfadados del mundo. Los autores que ganaron los espacios teatrales, precisamente, por su alternancia al mundo. Los autores del teatro del absurdo francés.

   Vuelvo al texto: “Marx adoptó el método de la dialéctica de Hegel, pero rechazó la metafísica hegeliana. Era necesario, según Marx, descubrir la médula racional, dentro de su envoltura mística. En vez de considerar los fenómenos del mundo real como manifestaciones de la idea absoluta, dijo que, lo ideal no es otra cosa que lo material, traspuesto y trascripto dentro de la cabeza de los hombres.”

   Entonces, si lo ideal está en “la mente” (o como Howard lo dice: dentro de la cabeza de los hombres) por lo tanto, la lectura que nos hacemos del mundo ¿Cómo es que llegamos a dicha lectura?

   Volvamos al principio: Somos parte de un todo fruto de las relaciones interpersonales en dónde respondemos a circunstancias. Quiero pensar, somos hijos de la época, o bien, saca tu conflicto, no lo dejes dentro.

   Cuando hablamos de la obra de arte, no estamos enarbolando, ni esgrimiendo, diferencia alguna entre ficción y realidad, al contrario, la obra de arte responde a la lectura del trabajador de la cultura y, sólo, cuando lo lleva al pleno, podemos hablar del artista y su obra de arte. Todo radica en el lenguaje utilizado. En el conocimiento técnico, en la empatía con el espacio delimitado del autor, en la contundencia del medio. Así, autor-medio-obra (estructura mediática) se vuelve uno.

   Aquí, los conceptos apremian. La falacia, mencionada una y otra vez, de la ficción supera lo real, o de, cualquier parecido con la realidad… Para acercarnos a lo tangible cotidiano, la argumentación debiera ser acerca de la lectura del autor a su entorno.

Las fallas aparecen cuando minimizamos una idea. Cuando creemos en un postulado esquemático. Cuando caemos en la predisposición de lo contado. En el individualismo a ultranza, ese ego en dónde, la máxima es: YO. Ese YO supremo sin antes ni después.


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