Autor: Jose Riaza
Libro: Retales de anarquía
Encontrábame yo conmigo mismo en el mar de Cortés
nadando como lo hacen los hombres, despreocupado pero atento y mirando de reojo
a las muchachas en bikini. El huracán de días pasados se convirtió en tormenta
tropical por eso el mar bravío aún estaba revoltoso, agitado. Entonces divisé a
estribor un banco de peces nadando en la superficie. No debían ser más de cinco
o seis dando vueltas en círculo. El gris acero de sus lomos despertó en mí
sospecha e inquietud y no sin un poco de congoja decidí acercarme a averiguar.
He de confesar que últimamente no he estado en mis cinco sentidos. He andado
triste y temeroso y cada vez que entro en el agua pienso involuntaria y
automáticamente en tiburones. Pues bien, vino la mentada palabra a mi
cabeza y mi temor fue en creschendo. Miré hacia atrás buscando la
complicidad de otro ser humano para compartir mi infundado hallazgo y vi a lo
lejos un hombre lleno de tatuajes en una pequeña tabla amarilla. Su rumbo
parecía indicar que se dirigía hacia mí. Impaciente controlaba con la mirada el
banco de supuestos escualos y al hombre tatuado. Cuando este llegó a mí le
pregunté en mi triste inglés si él alcanzaba a ver a los peces, al principio lo
negó luego me dijo que acertó a verlos, yo le externé que no sabía que tipo de
peces eran y sugerí que pudieran ser pequeños tiburones -otra vez la
palabrita-, él sonrió y contestó algo que no entendí. Decidí no torturar más a
mi mente y me alejé del banco sin embargo mi pierna derecha comenzó a
agarrotarse como si de un atrofia instantánea se tratase. Intenté
tranquilizarme y acercarme a la orilla pero desde el meñique al dedo gordo mi
extremidad se endurecía, se petrificada aún más. Forcejeé y luché conmigo mismo
pero nada cambió. Busqué con mis ojos al hombre tatuado y vi como otros dos individuos
cargaban a un tercero hacia la arena de la playa. Esto me alarmó más pues
deduje en automático que los peces si eran tiburones y habían atacado a una
persona pero al afinar mi mirada me percaté que a quien alzaba la pareja era al
hombre tatuado y lo depositaban en una silla de ruedas.
Llegó a mí un pensamiento como un rayo, una epifanía,
como un intruso que es familiarmente bienvenido y me escupí a mi mismo: ¿Es qué
acaso no oyes lo que la vida trata de decirte? ¿No ves el tesoro tan preciado
que tienes? Tú ofuscado en tu miedo, en tu tristeza ¿Realmente no puedes ver
más allá de tus sentimientos?.
Llegué a la arena de la playa, la tranquilidad llegó
como la movilidad a mi pierna derecha, como la sangre a mi extremidad, como la
paz a mi mente. ¡Ay, pobre diablo! en el mar de Cortés no hay más
tiburón que tú al mirar a las muchachas en bikini y al atacar tu serenidad con
tus fauces llenas de dientes llamados miedos.
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