La
comunicación en los últimos años cada vez es mayor. Tenemos al alcance todo un
universo informático con sólo apretar un botón (en ocasiones ni eso) Se
terminaron los años cuando las idas a la biblioteca se convirtieron en las
salidas de casa.
Fueron tiempos de novela, o por lo menos de
un cuento fantástico. Divertido llegar con cuaderno, lápiz, llenar la ficha
para llevarla con la bibliotecaria estrella: Pelo recogido, peineta de coral,
lentes, mangas, una mirada penetrante, lápiz a la mano para hacer las
correcciones ortográficas.
Dependía del material solicitado el lugar
donde te mandaba sentar. Largas mesas de madera, bancas igual de largas.
Pesadas. Si tu asistencia era por la tarde, el olor a aula doce del día seguía
en el ambiente. En cambio, si era por la mañana, o el sábado, olía a jabón, a
perfume de los que ofrecían en los baños públicos. Adultos mayores en la lectura
de los diarios, universitarios con libros especializados. Algunos entraban a
salones especiales de lectura: los cubículos. Todo un mundo de sueños. Más de
alguna vez, en mi mente de primaria, desee ser mayor para entrar en uno de
ellos.
Cada vez mayor la comunicación de nuestros
días, sí, pero no de calidad. Y no es nostalgia, no, es falla en el método. Esa
clase de Metodología de la Investigación, la cual decíamos era aburrida ¿Para
qué hacer tantas fichas? ¿Para qué tantas citas? ¿Para qué la ética?
Si, para qué la ética. Habíamos crecido con
la copia de una ficha, nadie nos había enseñado a que tenía un autor. Compre
una cartita, nos decía la maestra (en la primaria, salvo el de deportes y uno
en sexto, eran maestras: la seño, y en los colegios caros, la miss) En cuarto
era complementar la cartita con la ida a la biblioteca. Habíamos crecido y
teníamos una responsabilidad: Ir solos a la biblioteca.
La tarea fue sacar el dato. No importaba el
cómo. Al final era responsabilidad de la bibliotecaria darnos la guía, es
decir, el libro, la enciclopedia. Ella era la que sabía, así, la que conocía.
Por lo tanto tenía la obligación de darnos el dato correcto. Y así crecimos sin
responsabilidad intelectual, sin ética, sin método. La premisa. El maestro
también fue educado.
Los psicólogos de la comunicación nos
mencionan esa relación existente entre quien emite un mensaje y quién lo
recibe. De los grados en la calidad del mismo ¿Qué quiero escuchar? ¿A quién
quiero comunicar? Entre estas dos actitudes se encuentra implícita una aptitud.
Los sociólogos realizan dichas preguntas a
los grupos sociales y su relación colectiva. Ese “qué quiero…” depende de las
necesidades del colectivo, digamos, el inconciente colectivo, lo mismo para el
“a quién” Entonces el objeto de estudio se centra en un sector de la población.
Ambos, psicólogos y sociólogos enfocan su trabajo y se auxilian entre sí: La
Sociedad del Conocimiento.
Las redes sociales son los objetos a
estudiar. Ya no es tanto la comunicación por sí misma, es decir, lo
cuantitativo y cualitativo, sino, el actuante, el nivel de respuesta, la
necesidad de escuchar lo que yo quiero escuchar. No me interesa conocer, ni
saber, lo que me interesa es quién dice lo que yo quiero que diga. Entonces se
hacen grupos de “opinión” en dónde lo menos importante es el otro, con que esté
mi alter ego ya la hice. Me siento realizado. El concepto de otredad como conocimiento
de mí mismo se niega. No hay avance, pero tampoco retroceso, todo se estanca.
Pero, cuidado, no son las redes sociales las
responsables. No son divinidades de la época informática. Alguien las está
usando. Tienen un usuario con un complejo de identidad bastante acendrado. Es
muy dado en estos terrenos, por la educación idealista, por la falla en una
educación en donde se olvidaron de la responsabilidad individual, culpar al
otro (El ejemplo de la bibliotecaria (toda llena de sabiduría) como diccionario
pleno) de nuestra conducta.
¿Fallo de método? ¿Confusión de contenidos?
¿Pretender catalogar a todos en un mismo costal? ¿Cuándo hablo de asistir a la
biblioteca como un logro? En mi experiencia personal fue un logro que me
permitieran asistir solo. Mi padre en un principio me acompañó, y juntos
hacíamos las lecturas, y separados leíamos los libros elegidos (Yo a Julio
Verne, después a Dickens; él a los novelistas rusos); pero hubo compañeros
quienes jamás pisaron una biblioteca, laboraban para el negocio familiar. Los
grupos sociales, no los generacionales. Muchos de mis compañeros no asistentes,
estaban (están) a un nivel económico superior.
¿Entonces
el conflicto del receptor radica en la ausencia de la otredad? ¿Ésta se
manifiesta a partir del emisor? ¿De ambos? ¿De un exceso de egolatría?
¿Podríamos llamarla falta de identidad? Tener envidia es no reconocer la
ausencia.
Cuna
hace historia. Me encanta leer a Jung una y otra vez. Como me encanta Simone de
Beauvoir, Sartre, más que a Camus. En estos días (con la buena fortuna como
posibilidad) de reflexión me lleva a revisar los momentos de la historia, sus
múltiples lenguajes. Y las redes sociales forman parte de estos.
¿Cuántas palabras se adhieren al lenguaje?
¿Cuántos usuarios del lenguaje se han enterado? Algo similar sucedió en el
periodo barroco, ubiquémoslo en el llamado Siglo de Oro Español. El castellano,
ese idioma oscuro de castillos y leyendas se enriqueció con el árabe, la
musicalidad morisca, recordemos las jarchas, esa estructura poética. Luego los
galicismos, y el portugués para enseguida adentrarse en la gramática latina
¿Qué sería Quevedo y Góngora sin ésta? Después Juan Ruiz de Alarcón y Sor
Juana, para luego enriquecerse con africanismos y nahuatlismos. Y todo por una
guerra ideológica con fundamentos teológicos.
Y si hoy en día difícil de entender es esto,
y a nombre del Quijote se siguen mencionando tantas frases fuera de contexto,
más difícil entonces es comprender esto de las redes sociales, sus nuevas
palabras, el posible enriquecimiento idiomático, o simple y llanamente sacar a
la luz el analfabetismo de los usuarios, y por lo tanto ya tener una ganancia,
principalmente para los educadores, los politólogos (más no los políticos), los
sociólogos, psicólogos, lingüistas, artistas; todos en una Sociedad del
Conocimiento.
¿Cuántas
palabras estamos usando sin saber su proveniencia? Sanitizar, por ejemplo, no
es una palabra del español. Es un término de la Academia de Oxford, el cual
significa limpiar algunas capas bacterianas para así, en la medida de lo
posible, evitar la acumulación de virus.
Luego, ese anglicismo fake news con el cual
gustan de jugar algunos usuarios de las redes, en lugar de paparrucha, o bolo,
el cual además se presta para un rico juego de palabras: ¡Que no te estén
boleando! ¿Cuántas llegarán a enriquecer el idioma y cuántas se quedarán como
muestra de un momento de la historia?
La calidad en la comunicación, ya lo
afirmaron los lingüistas, está en la sintonía sígnica. Y entonces una frase
como: Creíamos que no llegaría, pensamos egoístamente, no nos unimos. Tendrá
significados diversos. Incluso encontrados, incluso negados. Haga la prueba, yo
ya la hice. Esto se llama “discurso abierto” Precisamente cuando una frase, una
obra, tiene múltiples lecturas. De ahí las bases de la universalidad del arte.
Por cierto ¿Ya leyó “La Obra
Abierta”? Se la recomiendo.
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