domingo, 7 de junio de 2020

La última tarde


Autor: Alessandra K. Pacheco Gabriel
La llamada telefónica vino desde la casa de Isabel, mi enamorada. Me había robado  el corazón desde muy niño, sobre todo cuando me clavaba sus ojos color café. Dejé caer el celular al escuchar que me confirmaba la reciente  muerte de su madre, después de que fuera víctima de un virus que merodeaba por el mundo ¡había quedado huérfana!, pues desde que nació, su padre brillaba por su ausencia y lo que es peor, nunca llegó a tener hermanos. Solo eran ella y su madre, la única persona que la amó antes de mí. 
Ha de estar destrozada y quizá ni tenga ganas de vivir- pensaba mientras recogía el aparato. Tenía que verla ahora, en estos momentos era importante ayudarla a sobrellevar ese dolor que sentía, sabía que ello la obligaba a comprender que no volvería a ver a la mujer que le dio la vida,  ¡nunca más! No importaba el aislamiento por el que pasábamos, era momento de estar a su lado en las malas, tal y como se lo juré una vez.
Tomé mi bicicleta y empecé a pedalear con todas mis fuerzas para así evadir a los policías que posiblemente sacrificaban sus vidas para cuidar de nosotros, no estaba bien, pero era necesario. Después de recorrer varias cuadras, llegué a casa de Isabel, acosté mi movilidad e inmediatamente toqué la puerta, esta se abrió luego de tanta insistencia, allí estaba ella, aquellos ojos marrones claros se habían tornado rojos, intenté abrazarla, pero ella se negó apartándose de mis brazos, no comprendía lo que pasaba, ¿algo más ocurría en Isabel?, sentía que mi asma,  me atacaba otra vez. Tomé mi nebulizador e inicié a usarlo para calmar esta crisis en mi salud, me mantuve así hasta volver mi respiración a la normalidad.

Ella no paraba de llorar, las gotas de dolor caían consecutivamente de las ventanas de su alma, pero ese sufrimiento no era suficiente para dejar que le dé un abrazo, me invitó a pasar y nos sentamos en su sala, la casa estaba sola, a pesar de tenernos allí, pues parecía que su alma la había abandonado y que su corazón dejaba de latir, lentamente. 
Por ratos empezaba a toser, me angustiaba su situación, así que decidí acercarme para ver si tenía fiebre, y sí, todo su rostro estaba cálido. Le consulté si en algún lado tenía pastillas para esos malestares, me dijo que buscara en el cajón del escritorio; por suerte, encontré una. Agarré el medicamento y se lo entregué junto a un vaso con agua, al beberla tuvo un contratiempo, pues empezó con un ataque de tos que casi no le permitía respirar, ya estaba por llegar el toque de queda, no podía pasar la noche allí porque preocuparía a mis padres, así que me tuve que despedir con un abrazo que esta vez fue recibido. Me retiré y retorné a casa. 
Pasó una semana de aquella desgracia. Me sentía muy mal, y no sentimentalmente, diferentes malestares se presentaban en mi cuerpo, posiblemente eran los síntomas de aquella enfermedad, decidí no contarle a Isabel, para no atormentarla más, estuve aislado por días, hasta que unos especialistas llegaron para llevarme, puesto que el asma que sufría complicaba la situación, me despedí de mis padres y de mi hermano menor, dejando una carta en mi cuarto, dudaba mucho poder salvarme; no importaba, porque lo hice por amor.
Se concluyeron dos semanas de estar en cuidados intensivos, solo viendo a mi familia por medio de una cámara, no resistía más, mis pulmones se apagaban, comprendía que mi hora había llegado, y que tendría que cuidar a Isabel desde lo alto del cielo; no me sentía triste, pues estaba por cumplir mi segunda promesa: "amarla hasta mis últimos días de vida", y así fue.

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