jueves, 9 de abril de 2020

El Libro, Capítulo III


Las cinco palabras



Autor: Victoria Falcón Aguila

Escuchó el tren llegando a la estación y a los hombres  ordenando que fuera a la puerta.

Era ya de noche…,  los pasos de los tres retumbaban entre los vagones por el silencio que reinaba en el andén; estaba nerviosa y más cuando sintió en su oído el susurro de uno de los hombres que la custodiaban:
--Hasta aquí llegamos nosotros, afuera te recogerán. No pienses en escapar.
La espalda se le erizó de miedo. No sabía qué o quiénes la esperaban.

Salió de la estación sola, pensando en alejarse de esos tipos corriendo, pero antes de que lo pudiera hacer, una motocicleta le cortó el paso. Una mujer venía montada en ella, no pudo ver su rostro pues su casco traía visera ahumada.
--¡Súbete!, ¡rápido!
--No sé quién eres.
--Déjate de tonterías Firewall, ¡súbete!
--¿Quién eres?
--No preguntes quién soy, sino a dónde te llevo.
--Dime a dónde iremos y tal vez, me suba a la moto.
--Te llevaré con tu padre.
Apenas pudo escuchar eso, pues una rampa muscular le hizo perder el control cayendo de inmediato al suelo.
Lo último que vio fue su cara estrellándose contra el pavimento.
Despertó en un cuarto que no era el suyo con dolor en la cara, rodillas y espalda, sin poder explicar lo antes sucedido.
La cama donde reposaba era cómoda, lo cual agradeció sin perdonar el trato que le habían dado, después de todo ella no era una delincuente solo quería servir a la ciencia, cosa que a más de alguno debía incomodar.

Estaba adormilada y sedienta, por suerte en la mesita de noche habían dejado una botella de agua, se apuró a tomarla, no sin antes revisar que estuviera nueva y debidamente sellada; mejor prevenir que lamentar un envenenamiento.
Una fotografía muy antigua que estaba junto a la botella llamó su atención. En ella había alguien parecido al presidente, pero era obvio que no era él, pues el del retrato era un anciano.

Dejando de lado sus comparaciones, se levantó para inspeccionar la habitación. Despacio se acercó a la puerta para colocar el oído tratando de escuchar si había alguien afuera.
Sin lograr captar ningún ruido, se atrevió a  girar la perilla sorprendiéndose de que la puerta se abriera sin que nadie lo impidiera.

Afuera no había nadie, la casa lucía desierta; le extrañó que después de haberla tratado como prisionera, no hubiese nadie cuidándola.
Se dispuso a buscar la salida, cosa que le resultó difícil ya que la casa era bastante grande, con pasillos y muchas puertas (aquello era parecido a un claustro o internado).

Decidida abrió cada puerta  pero nada, solo encontró habitaciones con muebles muy básicos, todas iguales. 
Tuvo que bajar tres niveles hasta toparse con una habitación sin muebles, pero que le comenzaría a dar respuestas; en la pared pintada de azul, se leían cinco palabras: 
                     “Fuego primigenio bautiza comulgante fraternidad”.

Continuará...





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