Por: José Ruíz Mercado
Dramaturgo
Los clavados al estudio del arte son como un
doble, posiblemente triple, salto mortal sin malla protectora. Así es esto, y
diremos, sin embargo, se mueve. Cuestión de enfoque, posibilidad de arriesgue.
Vamos por partes. Toda obra requiere de una
posibilidad oxigenada para poder llegar a un público más allá de hoy. O
sencillamente conformarse con el aplauso espontáneo natural de los amigos, o
los cercanos.
La importancia de una obra está en la
respuesta del público. Jamás existe por sí sola a pesar de la perfección
técnica o la temática. Existen las dos partes; quien emite y quien recibe, por
lo tanto, la recepción debiera tener el mismo nivel.
La importancia de un autor, por lo tanto, es el resultado de llegar a un receptor acorde a los niveles de obra, calidad en sus lectores, y alguien, neutral, que así lo afirme. Dejemos de romantizar el paisaje y enfrentemos un producto socialmente aceptable.
Los estudios fundamentados en una visión
idealista le dan a la obra un poder más allá de la recepción, pareciera una
vivencia única, emergida de la nada. O bien una relación moral con el
comportamiento del autor.
La obra vive por varias razones. Es una
lectura de lo cotidiano. El autor tiene la capacidad de conocer su entorno. Capacidad
generada por diversas circunstancias, entre otras, el impacto de si ante su
entorno. Nadie ve el sol del mismo tono.
Los procesos por los cuales pasa el autor
difieren del resto de los integrantes del grupo social, circunstancia que lo
aproxima o aleja de sus contemporáneos. Muchos analistas comentan de la
importancia de la cuna. La cultura y sus visiones.
Jung incluso habla de como las culturas
intervienen en esta lectura de lo cotidiano. La cultura oriental es compleja de
entender para un occidental. La dialéctica tiene una estructura específica
diferente a la dualística. El universo se abre o se cierra en apariencia.
De acuerdo con estos modelos, el estudio de
una obra, o el seguimiento de la totalidad del trabajo autoral, el estudioso de
la literatura, o de la música, o de cualquier otra variable del arte tiene su
participación en el conocimiento y la identidad social.
El ensayista, el periodista cultural, el
analista, el sociólogo de la cultura (como lo pedía Carlos Vevia Romero y
otros) son los responsables de ofrecer ese panorama, en donde, podamos integrar
al autor clave de nuestro tiempo, o bien, la reivindicación de los olvidados
¡Cuan difícil es la tarea!
Autores nacen, hacen su obra, son beneficiados
con la crítica de sus lectores, pero, un día llegan a ser perecederos y venir
nuevos que desbanquen a los primeros ¿Acaso los nuevos lectores llegarán a
comprender la obra de sus antecesores? El filtro llega.
El estudioso de la obra acerca al público
medio, más allá de la discusión académica emergida entre colegas, a la obra, al
autor, a su propia contemporaneidad, o a los integrantes de nueva lecturas. De
aquí surgen las generaciones, pero, también los gustos temporales.
Este es el trabajo del crítico. Mejor dicho,
este es el acercamiento del trabajo especializado a la búsqueda de ese lector especialista,
quien va más allá de su momento. Más, este también necesita de un lector.
La polémica abre otras ventanas. Ofrece
boleto para otro viaje en donde la labor de este se ve opacada por el
analfabetismo funcional de las sociedades actuales. Hay que decirlo, este
analfabetismo no es producto de las redes sociales, sino de la educación
escolarizada. El facilismo nos ha llevado a obtener analfabetas con título, con
un individualismo clasista, con un orgullo de fallas ortográficas.
Hace unos meses nace una revista en Tlalmanalco,
Estado de México, el número uno nace en agosto, el segundo en septiembre:
Girasol Noctámbulo. Menciono ésta, por una entrevista a Edgar Ceballos, hecha
por David Ricardo. Ahí nos topamos con una frase candente, nada grata.
Dice: “En el teatro, para empezar, los
directores no leen, los actores menos, a duras penas el libreto que van a
manejar” Edgar Ceballos es uno de los críticos, dramaturgos, más cercanos a la teoría
por más de treinta y cinco años.
De ahí nuestra afirmación al inicio. Los clavados al estudio del arte son un triple salto mortal sin malla protectora en donde difícilmente se sale bien librado. Entonces, el ensayo, y más aún el periodístico, en donde lo más importante son las notas de sociales de la clase política, ¿sirve de algo?
Es correcto.
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