Por: José Ruíz Mercado
Hablar
de un país, de una cultura, estudiarla, no es entrar a la superficie. El
muestreo es importante, se dice, para sostener una hipótesis, la cual, nos
permita llegar a una conclusión lo más cercana posible. La mínima para estar a
tono con la ciencia.
Por muchos años se vio la emigración hacia
la gran urbe, incluso algunas colonias fueron asentamientos de individuos en
búsqueda de “oportunidades” (así se decía), y la historia de los hacedores
tenía una especie de nostalgia hacia el terruño olvidado. Un discurso lleno de
resentimiento.
Primero, quienes huían del conflicto del
diez, luego, los expulsados del veintinueve, para enseguida los llegados de la
guerra en los cuarenta. Los años cincuenta abrieron otra brecha; la historia de
la cultura iniciaba y cerraba en el entonces Distrito Federal.
Por mucho tiempo se escribió de los radicados en el Distrito Federal como los bendecidos por la hegemonía. El resto fueron los autores de la región, los agremiados en clubs con reuniones periódicas en donde la lectura de la obra personal, los tonos de un piano, o por lo menos una guitarra hicieron eco entre las copas de tinto. Todo un retrato, una escena, de la bohemia del XIX.
Ya para la mitad del siglo pasado los
conflictos político-económicos, en plena globalización, llevó a otro discurso.
El ochenta y cinco marcó otro sendero. Inició el viaje, otro discurso para otra
acción. El arriesgue.
La valorización de los grupos étnicos, los
estudios de la antropología social, la lingüística histórica, llevó a romper
con el nacionalismo de estado. La filosofía se enriqueció con la mirada de la
visión de los pueblos primigenios, la herbolaria, el estudio de las llamadas
tribus urbanas, el análisis de la familia tradicional, la libertad de culto,
los movimientos alrededor de la sexualidad, la libertad individual, fueron
revisados a partir del estudio de las microhistorias para así llegar a la macro
historia.
Los grupos más retardatarios reaccionaron
con violencia, mientras, el eje menos conservador observó con buenos ojos los
cambios, la posibilidad de otra economía, la aparición de una clase social (aún
no resentida), con cierto grado de humanismo para el posicionamiento de los
escalones sociales. El choque fue fuerte y el resultado poco alentador.
La filosofía, la psicología, los estudios
del arte, las modas en todas sus manifestaciones dieron la gran apertura. Otro mundo
se avizoraba (nadie sabía para donde) pero era definitivamente otro universo.
Era, se decía, tiempos de cambio.
Lo ideal jamás se presenta. Por algo es
ideal. Medio siglo después (y un poco más) los grupos conservadores persisten
en sus tácticas. La tecnología, el acceso a ella, abre otras brechas
desconocidas de antaño. Y sí, los tiempos cambian, más no como se creía.
Retomemos. La reflexión debiera estar de
nuestra parte. Sin apasionamientos, sin caer en ideologías. Una ley de la
física es lo de arriba tiende a caer. Lo hegemónico un día se vuelve subalterno
y viceversa. Por lo tanto, nada surge de la nada. En el territorio de la
cultura en México, esto pareciera ser una falacia pervertida.
Hace unos años la polémica entre la
oficialidad y su contraria en la literatura nació como una posibilidad de
continuar. El problema quizá fue en ese hacia dónde sin una base teórica
respaldada. Posiblemente su fundamentación fue más política que estética.
Los razonamientos emanados de la historia pueden
tener muchas variables. La filosofía de la literatura puede llevarnos a
terrenos poco inteligibles para una mayoría. La lingüística se cuantifica en
una dirección ¿Qué queremos del hacer literario?
Hablar de literatura Siglo XX no es en
exclusiva para regodearnos de grandes nombres. Ya a una quinta estación del XXI
debiéramos entender qué se hizo para llegar a la actualidad; por lo tanto, como
estamos respondiendo en el hoy.
La respuesta jamás la obtendremos a partir
de una linealidad. Los grandes movimientos no son secuenciales. Lo más probable
es haber cometido la falla de pensarlo así. Pero, además de no responder a una
linealidad, tampoco somos una isla maravillosa. Somos parte de la globalidad,
de una sociedad del conocimiento.
Los movimientos sociales son consecuencia
del conflicto de los grupos, en una estructura dialéctica pareciera una
espiral, un retorno aparente. En ocasiones, pareciera estático, en otras, la
curva se dispara, la crisis, ese instante caótico.
Nada se da aislado. Todo es un constante
devenir. La premisa del proceso de las herramientas y su adecuación social, las
necesidades de recomposición de los grupos, los estilos, la moda, la negación
de los oficios, el surgimiento de otros; digámoslo románticamente, de la pluma
de ganso al ordenador electrónico, de la tecnología análoga a la digital.
Vayamos
más lejos, a la necesidad del análisis, a la búsqueda del método. En el terreno
de la literatura, y posiblemente en otros, el consumo responde a necesidades individuales,
digamos, de clase, no necesariamente generacionales, pero, sin descartarlas.
Dime que lees y te diré tus aspiraciones. En el territorio del hacer lo
anterior se vuelve más complejo, pero, con ciertos visos enfatizados.
Si, vayamos al análisis, a las interrogantes
¿Por qué en algunas etapas de la historia se inclina por un género en especial?
¿Por qué ese interés por publicar? ¿Acaso falta de identidad? Y así como
algunos se toman fotos con personalidades, o pretenden ser importantes porque
comieron en su casa, así, por lo menos salir en las redes sociales por haber
escrito los versos más cursis de la noche.
Una generación surge porque deja huella. Una
generación se hace porque deja un legado, porque le movió a alguien más las
venas. Cuando no aparece algo, cuando esa tranquilidad aparente está ahí, sus
lectores serán los cercanos. Nada más.
Pero también los analistas pasan por esta
prueba ¿Cuántos supuestos ultra teóricos se quedan a la mitad del camino?
¿Cuántos responden a la prueba ética de mencionar los hallazgos y no
exclusivamente las deficiencias?
Hablar de un país y su cultura estudiarla no
es quedarse en la superficie. Es el producto de todo un viaje a través de las
formas y los colores del universo, ese universo llamado etnia.
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