Autor: Héctor Medina Varalta
A
mí me gustaba la basura porque no conocía otro estilo de vida. Sin embargo,
todo cambió una mañana en la que me encontraba pepenando, penas, tristezas y
amarguras. Ese día me sentía más miserable que de costumbre, pues pensaba que
hasta la inmundicia que tocaba, la contaminaba.
-¡Soy
un desperdicio humano!- grité.
Con el alma llena de angustia, elevé la mirada al cielo y mi espíritu se deleitó. Entonces, me fundí en un éxtasis, que más que éxtasis, era amor, era amor lo que me inundó. Como si me hubiese elevado a místicas moradas, escuché una dulce voz:
̶
Hermano mío, ¿acaso ignoras que estás hecho a imagen y semejanza de Dios?
̶ Es
verdad, lo había olvidado.
̶ Entonces, ¿qué haces en este oscuro
basurero?
Creyéndome víctima de una alucinación, descubrí a un hombre de mirada serena que sonreía dulcemente. Entonces, supe que era Él.
-Te equivocas de persona, -contesté mientras contemplaba su blanco ropaje- los que aquí moramos no somos dignos de ti.
Sin hacer caso a mis palabras, caminó hacia donde yo me encontraba, sus ojos que irradiaban comprensión se posaron en los míos.
- No te
acerques, estoy sucio y maloliente. Si me tocas mancharé tu pureza.
-¿Por
qué te sientes impuro?
Sin dejar de sonreír, expresó: “Seguidme”.
-Pero,
Señor- repliqué con tristeza -, si yo busco mi alimento en la inmundicia.
¿Acaso no te das cuenta de que soy basura... ¡basura indigna de Ti!
-Mi
Padre no hace basura.- Recalcó con firmeza.
El Maestro me miró de tal manera que acomodé en mi espalda el costal que me servía para guardar lo que a diario pepenaba y con aquella inmundicia a cuestas, en silencio le seguí. Apenas habíamos avanzado unos pasos, cuando nos encontramos a otro pepenador que consumía el contenido de una botella de licor.
-Buen
hombre, seguidme- le dijo.
-Señor,
te equivocas al llamarme bueno. Si Tú supieras lo que este vicio me ha orillado
hacer, no me habrías llamado así.
El Mesías enjugó las lágrimas de aquel hombre y con infinita dulzura le dijo:
-El
hombre es un ángel que Dios envió a la Tierra para que cumpla una misión. Sin embargo,
tú la has olvidado, pues te ocultaste en una taberna donde cambiaste tus alas
por una botella de licor. Más, como mi enviado: el fuego purificador del
sufrimiento ha cumplido su misión, es hora de regresar por ellas. Así que,
seguidme.
-Mi Padre no hace basura.-Respondió el Maestro.
No obstante, aquel hombre también lo siguió. Poco después, una mujer que reflejaba en el rostro las huellas del cansancio y sufrimiento se atravesó en nuestro camino.
-Mujer,
seguidme.
-Pero,
Señor; yo soy indigna de seguirte. He sido hija mala, esposa inmoral y pésima
madre. En pocas palabras... ¡soy basura!
Sin
inmutarse, el Divino Maestro por tercera vez volvió a decir:
̶ “Mi Padre no hace basura”.
Atardecía y el Señor era seguido por un centenar de pepenadores. El camino parecía interminable. Sin embargo, poco antes del anochecer llegamos a la orilla de una playa donde docenas de barcas nos esperaban.
-Subid
y seguidme. -Expresó el Mesías.
-Una y mil veces les he dicho que mi Padre no hace basura. ¿Y qué seguís haciendo?... ¡La lleváis a cuestas! Si me seguís, no sólo os prometo que cambiaré vuestras ropas y limpiaré vuestros cuerpos y almas, sino que seréis transportados por las tranquilas aguas de la Vida Eterna.
Como vacilamos en subir, Jesús interrumpió el pesado silencio.
̶ “¿Qué esperáis... Venid a mí, mis ovejas más amadas, que yo soy el Buen Pastor que amorosamente las había buscado...
Poco después, las barcas se perdían en la distancia. En aquella playa quedaron esparcidos centenares de costales llenos de desperdicios.
¿Deseas
acompañarlos? Entonces, deja olvidado tu costal en las orillas del turbulento
mar de las pasiones humanas y sigue la Voz del Silencio, ella te guiará a tu
antigua morada.
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