Cuento ganador del segundo lugar en el 1er, concurso
"Cuento Navideño", convocado por Q.Victory Revista
En Jalisco, para ser exactos en
el municipio de Zapopan, existe un pueblito hermoso, lleno de tradiciones,
llamado “el pueblito del Batán”.
En una ocasión, estaban sentados en una banca junto al quiosco, dos viejecitos y una señora. Ellos eran don Livo, don Domingo y doña Pera, quien con un gran suspiro, comenzó esta charla:
-Me da tanto gusto, aún ver a un niño, a dos, o a varios, o alguna niña, en esta época del año, ya casi cuando va a terminar. Se siente el espíritu navideño, ¡juegan gustosos! Sacan sus viejos juguetes del rincón donde los tenían olvidados por casi todo el año. Los sacan, los miran, sonríen, juegan con ellos. No es raro ver a un niño jalando una troquita con un mecate de yute o a una niña con su muñeca abrazada y hasta los juguetes que se creían olvidados, parece que renacen o que resurgen.
Interviene
don Domingo:
-¿Quién no guarda aún, aunque sea, un pedazo de juguete? El consentido, el
favorito, aquel que tanto nos gustaba algunas veces porque lo deseábamos mucho,
otras porque era el de moda o porque nos lo dio alguien que queríamos mucho.
Sonriendo
domingo comenta un tanto melancólico:
-Me pregunto, ahora que somos grandes,
¿qué recuerdo nos traerán? ¿Por qué los guardamos? Quizás la inocencia de
cuando éramos niños o que estábamos todos completos, aunque sea un año, en
Navidad: papá, mamá y todos los hermanos juntos. Aunque sea un año, tuvimos esa
dicha.
Doña Pera con un profundo suspiro
expresó su nostalgia:
-Sí, eran épocas hermosas donde
todo significaba amor, unión familiar. Poner el nacimiento era el centro de
nuestro universo, de nuestra vida, ¡el gran regocijo! Sacar las figuras de las
cajas, envueltas en periódico. Jugábamos a ver quién adivinaba a ver cuál pieza
es, todos reunidos junto al fuego, ¿quién será?, ¿quién será?, ¡La Marimorena!,
¡La virgen María!, ¡Los tres reyes magos!, ¡Un pastor!, ¡El gallo!, ¡la
cocona!, ¡un borreguito!, ¡un guajolote o cocona! Todos reíamos contentos. Por
ahí en el patio de la casa, se miraba el brocal del pozo con su hermoso labrado
de ladrillo, lleno de macetas con nochebuenas. ¡Qué noches aquellas! ¡Qué
tardes pasábamos! ¡Qué época más bella!
Don Toribio continúa:
-Tan sólo, eso alegraba nuestro
corazón de niño, y cómo no nos iba alegrar si nacería el niño más hermoso, el
niño más bueno, el niño mejor de todo el universo, ¡El mismísimo Cristo Rey!
Todo amor, toda ternura, toda bondad. Amén.
Don Toribio que era muy religioso al igual que don Librado, se quedaron pensativos hasta que la llegada de doña chuyita y doña Pía los distrae.
-¡Hola!, ¿cómo van?, ¿cómo están?
¿De qué están hablando?-Alegremente las dos señoras saludan.
-Recuerdos de Navidad, ¿ustedes
qué recuerdan?
Doña chuyita rápidamente contesta:
-¡La unión familiar!, la cena no
siempre era pavo. A veces carnes en su jugo, tamalitos o pozole.
Pía alegremente intervino:
-No importaba el alimento, pues
aquellos eran otros tiempos. Austeros, poco trabajo, poco dinero, pero mucho
amor, mucho respeto, alegría y unión familiar.
Don Livio en tono serio mencionó:
-No existían esos aparatos que ahora
traen la desunión familiar.
-¿Cómo se llaman?, ¿Cómo se
llaman?... - Dijo Toribio.
-¡Celulares! – Contestó don
Domingo.
-¡Ah! Sí. La gente de hoy no
platica, no convive, mantiene su mente y sus manos fijas en esos aparatos. Si
ellos supieran o reflexionaran, al menos que están pasando por bellos tiempos,
por momentos únicos e irrepetibles. Hoy estamos, mañana no. Ojalá tomen
conciencia.
La amena charla es interrumpida por la algarabía de un grupo de jóvenes viniendo de la plaza.
El grupo de viejecitos se pusieron felices al reconocer en ellos sus propias caras, sus propios rasgos. ¡Eran sus hijos! ¡Sus nietecitos! Saliendo de misa.
Los jóvenes se sentaron encima de ellos, sin
tan siquiera mirarlos.
Don Librado inquisitivo comenta:
-¿Ven?, ¿ven?, ¡ya no nos
respetan! Y eso que somos sus abuelos y bisabuelos.
–Ya, viejito, vámonos. No olvides que sólo venimos rapidito. ¡Ellos no nos miran! Ya vámonos, que el cerro cierra a las nueve y ya casi es hora.
Domingo
y Toribio se preguntan:
-¿Y por qué hoy duramos tanto?
- ¿Ya no se acuerdan?, -Pera les contesta- tenemos un mandado, ¿verdad doña
Chuyita?
-¡Claro!, venimos por mi hija, la más
chiquita. Mi hija Nata que, gracias a Dios, desde hoy nos acompañará.
Poniéndose de pie muy contentos, le
echan la bendición y una mirada a todos sus hijos y nietos, felices de verse
reunidos una vez aunque sea, unos del otro
mundo y otros, de este mundo.
Un joven pregunta al grupo :
-Oigan, ¿les llegó un olor a
flores, muy dulce?
Otro le responde:
-Sí, también sentí un airecito
tibio.
De pronto, el espíritu navideño entró en ellos; recordaron a la querida abuelita Ramona entusiasta de la navidad. Sin saberlo, ella también estaba presente mirándolos uno a uno, mandándoles besos, la bendición y su amor.
Alegres los jóvenes dijeron:
-¡Ya no estaremos solos!, ¡no
estaremos tristes!, estemos unidos y felices. Festejemos como ellos les
gustaba, como ellos nos enseñaron. ¡Fuera tristeza!
Al unísono gritaron:
-¡Sí!-
Los abuelos se fueron muy felices acompañados de "Nata" y por haber logrado el cometido de transmitirles a sus descendientes que lo más valioso es la unión familiar.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
¡Feliz Navidad!
Exelente, nos hace reflexionar en dónde es que se han perdido los valores, como el respeto la lealtad en la familia felicitaciones a la autora
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