sábado, 3 de octubre de 2020

Charla con Fernando Díez de Urdanivia

Segunda parte
Por Marcela Magdaleno Deschamps
Llevo 15 años en Cuernavaca y todavía di clases viviendo aquí. Después me retiré, inclusive fui mucho tiempo del consejo de administración con José Alfredo Paramo. Yo heredé la afición de escribir y la pasión periodística de mi padre, él fue mi primer maestro de escritura. Comencé a escribir en el periódico en Guadalajara encontré una treta muy buena, como mi padre era director del Occidental, y a mí me gustaba mucho el futbol, descubrí que la mejor manera de asistir sin que me costara, era escribiendo sobre el tema. Así que los domingos iba a los tres juegos. Cuando había campeonato de la liga mayor, había un primer juego domingo de ocho a diez de la mañana, otro de diez a doce, así que yo me echaba los tres juegos al hilo para reseñarlos y así comencé mi periodismo.

Yo nací para escribir, esa es la verdad, he tenido otros trabajos, algunos relacionados con el periodismo, otros no, recuerdo que mi primer trabajo remunerado, fue de guarura, auténticamente. Fui ayudante del Procurador General de la Republica, claro no me gustaba, aguanté dos años y cuando se acabó el sexenio, me fui, nunca me gustó. De ahí me fui más a lo mío porque trabajé con López Mateos en la secretaria del Trabajo y fui subjefe de prensa, de ahí fui ligando trabajos relacionados con el periodismo. En los cincuentas comencé a trabajar en Excélsior. Mi padre era el director editorial y había un suplemento cultural, cosa que hoy ya casi no hay. Ese suplemento lo dirigía Miguel Ángel Ceballos, maestro universitario, excelente persona, ya mayor, y claro me aceptó. Comencé a escribir un poco de todo, pero más de cultura, el suplemento se llamaba Diorama de la Cultura. En Excélsior conocí a Lupita Apendini y a su esposo Gabriel Vargas el dibujante, ambos muy buenos amigos ella trabajaba en sociales, pero sus crónicas sociales eran también culturales a diferencia de ahora.

De repente corrieron a Ceballos y le dieron el suplemento a Hugo Latorre Cabal, colombiano, ya murió hace tiempo, buen escritor y periodista, acabamos siendo amigos. Cuando entró Hugo Latorre me dijo que yo escribiera música, y así lo hice durante buen tiempo. Pero de pronto pasó algo simpático el director del Excélsior era Rodrigo de Llano, el gerente Gilberto Figueroa y uno de los subdirectores Manuel Becerra Acosta, abuelo del Becerra Acosta de hoy. Y, un día, de Llano le dijo a mi padre que escribía yo muy bien y sospechaba que él escribía mis artículos, y mi padre cometió la imprudencia de venirme a contar. Me puse furioso, así que fui a Novedades a ver a Fernando Benítez, llegué con la cara dura que tiene uno a esas edades, yo no lo concia, él ya me había leído y me recibió con mucho gusto.

Ahí trabajé con Gastón García Cantú y Alberto Beltrán, era un equipo muy bonito el de Novedades. Mi padre acabó yéndose conmigo y ahí estuve en ese periódico como tres o cuatro años y al mismo tiempo tenía una chamba oficial. Trabajé con Miguel Álvarez Acosta cuando fue director de Bellas Artes y luego con Celestino Gorostiza y él me puso oficina con dos secretarias. Estuve en el Palacio de Bellas Artes y me dediqué a la administración, en promoción cultural con Acosta y Gorostiza, y salí en el periodo de José Luis Martínez. En cuanto a literatura puedo decir que mi primer amigo literario de toda la vida fue Juan José Arreola porque lo conocí desde Guadalajara, él trabajaba de inspector en el diario, pero mi padre lo leyó, de inmediato reconoció su talento y lo invitó a trabajar como escritor.

Nos hicimos muy amigos. Arreola despareció de Guadalajara porque se fue a París. Un día llegó la compañía de teatro de Luis Gilbert y como él era muy loco, se fue con ellos, después regresó fundando el Teatro en Atril en la UNAM. Al que nunca logré conquistar fue a Juan Rulfo. ¡Ah, cómo era difícil! Nos llevábamos muy bien pero jamás se dejó entrevistar. Inclusive participamos en el Centro Mexicano de Escritores que dirigía el doctor Francisco Monterde. Había varios asesores como Rulfo, Arreola, Salvador Elizondo y yo también fui asesor.

He entrevistado a gente maravillosa de música como Armando Manzanero, Luis Demetrio, Amalia Mendoza, Catrina Ranieri, en fin, a mucha gente. Estas entrevistas salían en diarios y revistas luego se formaron dos libros donde tengo más de cien entrevistas.

Uno es exclusivamente de escritores como Camilo José Cela, era un personaje muy elegante olía a guerlain, como a diez metros.  También entrevisté a Elizondo, Azuela, Fuentes, Elena Garro, Rosario Castellanos, Augusto Rabasto, Emma Godoy, en fin, muchas de esas entrevistas fueron publicadas en periódico, no me preguntes en cual, porque algunos fueron en el "Día" donde era director Enrique Ramírez y Ramírez, ahí trabajé más de 15 años. También dirigí el suplemento de música y colaboré en el Gallo Ilustrado y en el Libro y la Vida. También tengo otro libro de entrevistas, pero de gente diversa, por ejemplo, entrevisté a Luis Herrera de la Fuente a Juan Sánchez Navarro el amo de la cervecería Modelo, a Eulalio Ferrer publicista.

La gran diferencia del periodismo de mi tiempo al de ahora es que creo que ya no se escribe bien no se conoce el lenguaje. Para considerarse periodista se tiene que escribir de todo deporte, crónica, editorial, artículo de fondo, entrevista, reportaje, y librar los eventos inesperados siempre debe uno estar alerta. Por ejemplo, cuando estaba en Novedades con Benítez de repente se le ocurrió hacer el Diario de la tarde de Novedades, ahí me tocó trabajar junto Arturo Sotomayor, un tipazo, por ahí anda su viuda, fuimos muy amigos. Cuando nos dijo Benítez que quería hacer el Diario de la tarde, pero con la misma gente, pues reaccionamos, no se podía, la mayoría se había acostado en la madrugada, y a las ocho de la mañana, tenía que estar otra vez de pie. Entonces se volvió un trabajo terrible porque hacía yo crónica de policía, editorial, deportiva. Pero es una gran enseñanza porque ahí aprende a escribir. Así es el periodismo, también recuerdo cuando salí de la Secretaria del Trabajo donde ya no quise estar, pero López Mateos no me dejó ir, me hablaba Humberto Romero, de la presidencia, a las ocho de la noche, y me decía, necesitamos un artículo de tres cuartillas sobre tal tema, y yo tenía, a esa hora, que ver periódicos para documentarme, y ahí estaba a las doce de la noche escribe y escribe, afuera de mi casa estaba el motociclista de la presidencia esperando a que sacara mi última cuartilla de la máquina, se la daba calientita y se iba a los Pinos a toda velocidad. Así aprende a escribir

En el Heraldo trabajé porque un día el señor Alarcón llamó a mi padre para fundar un periódico. Yo también fui fundador escribía crónicas de viajes una vez por semana. El Heraldo comenzó en noviembre de 1967 y mi padre murió un mes después a los 66 años muy joven. Mientras estaba en el hospital y yo fui a suplirlo, fue un mes horrible. Cuando murió lo velamos y al día siguiente del sepelio me fui al periódico a trabajar, en el despacho de mi papá, no podía dejar la cosa tirada y Alarcón me dijo qué estás haciendo aquí vete a tu casa, a lo cual le conteste que quién iba a hacer el trabajo

Pasaron dos o tres días y le dije a don Gabriel: -ya cumplí supliendo a mi padre, ya me voy de aquí. Pero el muy serio me contestó: -De aquí no se va nadie sin que yo diga. Y así fue como me quedé 10 años. El periódico tenía un buen equipo Daniel Cadena jefe de redacción, Alberto Peniche gerente, Gabriel Alarcón chico, subdirector y Oscar Alarcón, Agustín Barrios Gómez y Joaquín López Dóriga y yo supliendo a mi padre.

Qué piensas del periodismo actual
-No me gusta nada, creo que también está inmerso en el proceso de desculturización que padecemos en todas las áreas, el periodismo hoy es terrible, hemos perdido la cultura. Los que ahora se dicen periodistas me dan ganas de mandarlos a la escuela primaria, es terrible las barbaridades que usan en televisión y radio. Es increíble lo que dicen, cómo usan las palabras ignorando su significado, y por otro lado no hay crítica ni análisis.

Por un lado, creo que han perdido el idioma, no sólo los periodistas, todo mundo. México sigue siendo un país donde no se lee. En las escuelas se enseña muy mal, y tristemente toda la educación la reciben los niños de la televisión. ¡Y vaya qué televisión! El periodismo es un resultado de la falta de cultura nacional. Cuando estaba en el Heraldo un buen amigo Rafael Lizardi tenía en su escritorio un letrero que decía: “no piense, escriba”. Era un chiste, pero los Alarcón se lo quitaron pensaban que era una aberración, pero creo que los actuales no piensan, es terrible la falta de idioma falto de estudio. Yo lo digo por mí, indudablemente yo estaba programado para escribir, pero si no hubiera tenido a mi padre, y sobre todo, a mis libros no sé qué sería de mí. Yo siempre estoy leyendo y sobre todo, releyendo, es lo mejor que se puede hacer, volver sobre cosas. Por ejemplo, me gusta mucho el escritor sueco, premio nobel, Pearl Larervist, conozco dos de sus novelas, una la estoy terminando se llama El Enano, es excelente y también Barrabas, ambas las leo y releo, es como conversar con un viejo amigo.

 

 

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