martes, 1 de septiembre de 2020

Lo Cualitativo del Reconocimiento

                           
Por: José Ruiz Mercado
Y no es que te quiera en silencio. Y no es que te quiera así, como ausente, te quiero porque
reconozco tu ser y tu esencia. Esto es la cualidad de los reconocimientos, y lo cuantitativo radica en quién lo otorga. Los valores.

Los reconocimientos en el trabajo no son exclusivas alabanzas al ego, depende de quien te lo
dice, por qué te lo dice y hasta donde es verdadero. Los reconocimientos al otro son parte de una entrega sin precedentes. Lo dan quienes tienen su alma abierta.

Los reconocimientos otorgados por el Estado son formas de legitimización de la estructura
administrativa del momento. Forman parte del trabajo de la llamada función pública, fruto de políticas públicas bien dirigidas para incentivar la participación ciudadana a favor de la
identidad cultural.

Existen a su vez reconocimientos de carácter académico en donde se premia el desempeño al
interior y exterior de la institución. La excelencia, el proceso de conocimiento, la investigación, el acercamiento a la sociedad. Igual, a los reconocimientos del Estado, le dan identidad.

Los grandes empresarios saben, reconocen estos procesos, estos valores, y los trabajan para
incentivar la producción, la competividad ante los similares. Cada empresa tiene su propia
identidad.

Los reconocimientos sostienen dos supuestos bajo un mismo fin: La competividad bajo la
premisa de un trabajo armónico, leal, jamás conflictivo. Sólo así vendrá la productividad y con ello el posicionamiento en el mercado.

En el territorio de lo cultural el fallo consiste en pagar favores con reconocimientos
provocando, no sólo un deterioro para el gremio, sino además para la calidad moral de quien lo recibe. El desvalor.

La práctica política del estado mexicano ha sido por muchos años su bandera ideológica. En el territorio del arte aún más. Vayamos por partes. Una beca, un reconocimiento de trayectoria, es esto, un reconocimiento al trabajo.

Y cuando hablamos del reconocimiento decimos de la trascendencia, del conocimiento del
autor de su identidad social, de las aportaciones estilísticas, de ese significante cualitativo. Por eso, decimos, le da identidad.

Todo un trabajo de especialistas. Un cuerpo académico capaz de determinar las características de la obra toda de un autor. Para esto, el acercamiento universitario a partir de academias, centros de investigación, en conjunto con los medios de comunicación y sus secciones especializadas debieran formar parte de ese jurado.

Los artículos, ensayos, de los especialistas mediáticos deberían participar como material de
apoyo a ese cuerpo colegiado.
Y volvemos al inicio. Cuando esto no acontece, es decir, cuando lo académico se deslinda,
surgen grupos de control ideológico al lado de los políticos, quienes intentan legitimizar su
estancia. De ahí que veamos la repetición en la fiesta de los premios.

Tenemos ejemplos del progreso de los partícipes de dichos reconocimientos cuando un cuerpo académico estuvo presente. Hace algunos años, a la muerte de Salvador Novo se hizo un fideicomiso con su nombre. Tres instituciones estuvieron en la designación: El Colegio de
México, El INBA y el Centro Mexicano de Escritores; por lo tanto, cada institución nombró un representante.

Magrit Frenk Alatorre, Héctor Azar, Francisco Monterde fueron los jueces que designaron a la primera generación de becarios, quienes continúan a la fecha: Miguel Ángel Tenorio, Ricardo Pérez Quitt y otros más quienes continuaron (hasta la fecha) produciendo.
Grave problema es cuando dicho reconocimiento se da cuando se es joven o cuando se es
anciano y pronto se va a morir (y esta es la razón) ¿Cuántas veces hemos escuchado esto? ¿Y
cuántas lo hemos aceptado como un hecho de razón?

Otro argumento es lo económico. Resultado incluso en la academia. Tomar un reconocimiento pecuniario como un acto de bondad es muy alabado ¿Cuántas veces hemos escuchado en las becas de excelencia académica: ¿Su padre tiene dinero? O, le hace falta ese dinero, o, peor aún ¿Por qué le dan la beca si puede sostenerse? Incluso ¿Alguno de ustedes recuerda en un acto de campaña política las becas a los saltimbanquis de esquina?

LA HISTORIA DE LOS PREMIOS
El primer premio Jalisco fue Diego Figueroa en 1950. Los jurados fueron especialistas cuya
trayectoria era en su momento laudable. Trabajo, investigación, participación en el arte los
avalaba. Después de Diego las personalidades que desfilaron fueron grandes autores cuya obra tenía su estructura de valía. Y digo, su obra. Olivia Zúñiga con sus novelas con una gran personalidad implícita.

Jorge Navarro, pintor, docente, creador de toda una escuela en la plástica. Discípulo de los
iniciadores de la corriente neo expresionista, en su momento también lo obtuvo.
¿Y qué decir de Ignacio Arriola Haro designado por Ernesto Flores? Ignacio, el gran Nacho, el del movimiento del teatro del absurdo, con obras con personajes clásicos en situaciones
inverosímiles, con obras como Medea en el Metro.

El Premio Jalisco tuvo una primera etapa de gloria. Tener el PREMIO JALISCO, así, con
mayúsculas, fue en su momento, todo un homenaje a la creatividad, a la aportación, fue el
orgullo de los creativos. Luego vino un momento de silencio. Dicho reconocimiento del pueblo de Jalisco a su gente dejó de existir. Pareciera que no era necesario, menos importante. Un lujo, nada más. El silencio.

Adalberto Navarro Sánchez hizo un artículo con mucha fuerza en la revista Etcaetera dirigida por él por muchos años. Una revista que trascendió más allá del mar. Llegó a España, y por muchos años fue la publicación número uno y representante de la inteligencia mexicana. Adalberto, el maestro de generaciones, hizo dicho artículo analizando las bondades de un reconocimiento de esas dimensiones. De la importancia de estudiar, analizar, premiar a los grandes del pensamiento. Todo un visionario.

Regresó el Premio a la circulación por un breve periodo. Luego regresó a la oscuridad. Al
tiempo se estudió el texto de Adalberto, los principios del reconocimiento, se publica un artículo en una página cultural del diario EL Jalisciense, cuando era director Armando Morquecho Preciado. El Premio volvía a la circulación.
Pero, en el camino sucedieron muchas cosas. Para que nadie se peleara dieron muchos premios, muchos. Para que nadie se peleara. Así, entre lo teológico y lo terreno, el premio.

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