jueves, 6 de agosto de 2020

El Siglo que Viene

                                                         
         Por: José Ruíz Mercado
                                    
Las crisis de salud han sido parte de la vida cultural de México. Desde el Siglo XIX este niño se ha enfermado. Ángela Peralta murió en una de estas. Una de esas fiebres raras, de las supuestas sólo para sitios tropicales. 
 
Ángela Peralta Casteria es el nombre de una de nuestras grandes de la historia de la cultura mexicana. Para todos es conocida como la cantante con una tesitura de voz privilegiada, para pocos reconocida como compositora de pequeñas piezas para piano, algunas con acompañamiento vocal. Ángela Peralta nació en la Ciudad de México el 6 de julio de 1845, muere un 30 de agosto de 1883 en Mazatlán, Sinaloa a causa de la fiebre amarilla. La anécdota. Dos buques provenientes de Panamá llegaron al puerto con la tripulación contagiada. 
 
Desconozco si el discurso oficial fue el mismo que ya hemos escuchado varias veces en los últimos meses: Por ayuda humanitaria. Lo desconozco; lo cierto es que, Ángela muere en un cuarto de hotel donde había sido hospedada para su presentación en el teatro y el Puerto sinaloense se contagia de fiebre amarilla. 
 
Los mitos, las leyendas populares no se hicieron esperar. Ángela trajo la fiebre amarilla, se escuchó en los corrillos populares, otros, más atrevidos, dicen de un fantasma rondando por los pasillos del hotel por la culpa de haber traído la fiebre al Puerto.
En el fondo resulta interesante estudiar los decires del pueblo. Podemos seguir la estructura de pensamiento a partir de los mitos luego convertidos en ritos cuasi verdaderos fundamentales para la concreción de las religiones, la posibilidad de la actividad política, los seguimientos comerciales. 
 
En tiempos anteriores la velocidad de difusión debió de ser menor a la actual, por lo menos eso quisiera creer; aún así, la capacidad de credulidad del consumidor medio es la misma. Los mitos aparecen, casi bajo la misma tónica, un destino manifiesto, la leyenda del extranjero, el mago todo lo puede, incluyendo un milagro, con un cierre fastuoso: Soy humilde en la pobreza extrema sin responsabilidad concebida. 
 
Las leyendas populares tienen un sustento teológico, es ahí donde el caudillo aparece como una necesidad de idealización ante la crisis. Martín Luis Guzmán idealizó al indígena porque creyó firmemente en su firmeza. Rodolfo Usigli retrató la bajeza, la actitud tramposa, el engaño, el mito del no creyente en El Gesticulador. 
La peste llegó de fuera. Sí. Pero hubo un responsable que lo permitió. Y ese responsable se sintió caudillo, importante, único. El sumo sacerdote todo lo puede, ¿después? La culpa es de quién no vive una vida recatada, acorde a la moral y las buenas costumbres, a la extranjera. Todo cuaja para una buena leyenda, para una narración cuyos cimientos aparezcan reales. Vino de fuera. Todo funcionará acorde a las necesidades sociales. 
 
México, para variar, vivía una etapa de lucha interna. Se sentía la pólvora de la Guerra de Reforma. Panamá gana la independencia, como algunos otros países bajo el yugo de la Corona, en 1821, igual que México. Sin embargo continúa por un tiempo como parte de otro territorio. Cuando Ángela nació, Texas fue separada de México. Tiempos complejos.
Lo interesante para la sociología, para la psicología social, para comprender la conducta de los grupos sociales, e incluso revisar, en la actualidad, los motivos de ciertos sectores de la población con respuestas similares a las de esos días del XIX. 
 
Los contagiados con la fiebre amarilla del barco panameño eran 33. Los muertos, según cifras oficiales, se diría hoy, fueron 2541. Todo por ayuda humanitaria. Entonces se tenía que ocultar los por qué del desembarco. Y se hizo. Todo listo como tierra de cultivo. 
La fiebre amarilla efectivamente había llegado de fuera con las cifras de difuntos para un puerto del Siglo XIX debieron de ser escandalosamente alto con culpables fuera de serie, pero, con una clase política intachable. Al final era la autoridad y su disposición en bien de la población debió ser esa. 
 
Las políticas públicas son así. Mientras el sentimiento popular se polarice mejor. Siglo de caudillos. País de líderes más no de liderazgo. País en donde los grupos hegemónicos son intachables. Siglo XIX con liberales auxiliados por Estados Unidos y, conservadores por España con un pueblo carente de memoria. 
 
Y es que, las crisis de salud han sido parte, junto a la desmemoria, del devenir histórico de un México real, de un México, el cual, nada tiene que ver con los libros de texto, porque estos no están estructurados para el análisis. Los mitos nos conducen por un sendero artificioso de teología cívica. Estamos ahora en un recodo del camino. Un paraje de color, de enfrentamientos entre el oscurantismo y la ignorancia, conjugado en plegarias y fabricantes de nuevas mercancías mientras esperamos el Siglo que viene. 
 
La obra de los autores mexicanos, la cual transcurre en la desmemoria, es un canto a la ciudad de los callejones sin farolas. Del Siglo XIX poco se tiene visto. Del XX menos. Rafael Ponce de León es otro autor fallecido en otro momento de crisis de salud pública.
Nacido en Tepic, Nayarit, el 23 de octubre de 1884. Muere el 5 de febrero de 1909, en San Pedro, Tlaquepaque, como consecuencia de otra enfermedad llegada de fuera. Su obra, para evitar la trasmisión, fue quemada. 
 
Rafael Ponce de León fue dibujante. Discípulo de Félix Bernardelli, Antonio Fabrés, Gerardo Murillo, entre otros. Muy joven expuso, fue elogiado por la crítica de su momento. Junto con Jorge Enciso expone en los salones del Colegio de San Juan, espacio luego emblemático al albergar al Cine Variedades, hoy Centro Cultural LARVA.
Se va a continuar sus estudios a París. Expone en las galerías del barrio de Montmartre,
espacio en donde convivió con grandes personalidades de la época. Espacio en donde contrae la enfermedad que luego lo llevó a la tumba. 
 
La ironía de sus dibujos se refleja. Se observa como la misma historia decimonónica. México, el país de las epidemias que llegan de fuera. El país de los caudillos. El país en dónde nadie es responsable porque ahí están los otros entre lo teológico y lo terreno.

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